En su transfiguración, Jesús se vuelve radiante, mostrando a sus apóstoles su gloria divina sobre una montaña.
El Evangelio relata cómo Jesús y tres de sus apóstoles, Pedro, Santiago y Juan se dirigen a una montaña, el Monte Tabor, a orar. Jesús empieza a brillar con rayos de luz. Entonces los profetas Moisés y Elías aparecen al lado de él y Jesús habla con ellos. En ese momento es llamado «Hijo» por una voz en el cielo, que es Dios Padre, como en el Bautismo de Jesús.
La transfiguración es uno de los milagros de Jesús en los Evangelios. Este milagro es único entre otros, en tanto el milagro le sucede a Jesús mismo. Santo Tomás de Aquino consideraba que la transfiguración era «el mayor milagro» en el sentido de que complementaba el bautismo y mostraba la perfección de la vida en el Cielo. La transfiguración es uno de los cinco hitos principales en la narrativa del evangelio de la vida de Jesús, siendo los otros su bautismo, crucifixión, resurrección y ascensión.
En las enseñanzas cristianas, la transfiguración es un momento crucial, y el entorno en la montaña se presenta como el punto donde la naturaleza humana se encuentra con Dios: el lugar de encuentro de lo temporal y lo eterno, con el cuerpo radiante de luz de Jesús como punto de conexión, actuando como puente entre la dimensión celeste y la dimensión terrena.
Evangelio según San Lucas 9, 28-36:
28 Aconteció como 8 días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Santiago, y subió al monte a orar;
29 Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se puso brillante, y su vestido blanco y resplandeciente.30 Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías.
31 Quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén.
32 Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; más permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él.
33 Y sucedió que apartándose ellos de él Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías; no sabiendo que le decía.
34 Mientras él decía esto, vino una nube que nos cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube.
35 Y vino una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo el elegido, escuchadle.
36 Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo, y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.
Dos cosas definen el momento: la conversación de Jesús con Moisés y Elías, y la voz de Dios que irrumpe desde una nube diciendo “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Lc. 9, Mc. 9, Mt. 17).
De acuerdo al relato evangélico, la Transfiguración ocurrió en un monte alto y apartado llamado Tabor, que en hebreo quiere decir “el abrazo de Dios”.
Por su parte, Santo Tomás de Aquino subraya el aspecto trinitario de esta teofanía: “Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa”.
Finalmente, es importante ponderar la reacción de los testigos directos del milagro. Cuando la Transfiguración acabó, Pedro, quien había dicho “Señor, ¡qué bien se está aquí!”, desciende del monte sin comprender lo que ha pasado. San Agustín, en un sermón, alude al apóstol con unas hermosas palabras que nos recuerdan, como Jesús le recordó a Pedro, que la vida no puede detenerse, que estamos de paso y que la contemplación definitiva de Dios solo es posible en el cielo. Llegará el día sin final, en el que diremos “¡qué bien se está aquí!” y permaneceremos en presencia del Transfigurado para siempre, en toda su gloria y esplendor.
Cada 6 de agosto se celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor, y también se recuerda especialmente en el 2do. domingo de Cuaresma.