Santa Inés (291-304) es la patrona de las mujeres jóvenes, las novias y las prometidas en matrimonio; así como de los jardineros y de quienes aspiran a vivir la virtud de la pureza.
Ya desde su sencillo y hermoso nombre, Santa Inés evoca virtud y grandeza.
El nombre “Inés” proviene del griego Ἁγνή (Hagnḗ), que significa “pura” o “santa”. De ahí llegará al italiano como “Agnese” y al francés como “Agnès” -de donde proviene el inglés “Agnes”; mientras que al español llegará como “Inés”.
Para enriquecer aún más la etimología del nombre, habrá que considerar el curso que tomó el término griego en su transliteración al latín: “Agnes” o “Inés” vienen de “agnus”, cordero, figura que representa al Mesías, tal y como se consigna en el Evangelio (Cfr. Jn 1, 29).
El cordero, el más dócil entre los animales, es símbolo de cosas como la nobleza, la mansedumbre, la ternura, la pureza, el abrigo, la sencillez, la delicadeza. No en vano es símbolo de Cristo.
Esta riqueza simbólica se preserva de una manera especial en la liturgia, incluso de formas “silenciosas”. Por ejemplo, con la lana blanca del cordero se confecciona el “palio arzobispal”, ornamento distintivo de los arzobispos metropolitanos o del Papa cuando preside una celebración.
De acuerdo a la tradición más conocida, Inés fue una hermosa joven romana que nació en el seno de una familia noble; se cree que alrededor del año 291. Desde muy joven fue pretendida por muchos ricos e influyentes jóvenes patricios. Al haberlos rechazado uno a uno aduciendo estar comprometida con Cristo, fue denunciada por desacatar las órdenes del emperador ante las autoridades civiles.
Estas, de inmediato, dispusieron un execrable castigo -eran los tiempos del cruel Diocleciano-, muy común para sancionar a las doncellas que querían mantenerse vírgenes: Inés sería llevada a un prostíbulo para ser ultrajada hasta doblegar su voluntad. Sin embargo, contra lo que esperaban los romanos, la joven pudo escapar, según la tradición, ayudada por ángeles. Entonces, los hombres del emperador organizaron su recaptura.
Al ser hallada, Inés entendió que lo que le esperaba inexorablemente era la muerte. Tenía tan solo 13 años.
Primero fue llevada encadenada a la hoguera, pero las llamas no le hicieron daño alguno. Luego, ante el portentoso fracaso de sus verdugos, se decidió concluir el trance de manera “expeditiva”: Inés moriría decapitada. Era el año 304.
Se dice que el verdugo principal, inquieto por el monstruoso encargo de asesinar a una niña, hizo lo posible para convencerla de que acepte a alguno de los pretendientes, pero la jovencita se negó, según lo testimonia San Ambrosio de Milán: “Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que no quiero”, increpó Inés.
La santa oró y oró. Luego dobló la cerviz ante aquel que le daría muerte, uno al que le empezó a temblar la diestra antes de dar el golpe -mientras que la niña permanecía serena-. “En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio”, concluye San Ambrosio.
Como consta en el tratado de San Ambrosio sobre las vírgenes, Santa Inés murió con tan solo doce o trece años. Pese a su juventud dio ejemplo de inmensa fortaleza al permanecer firme durante el martirio. Dice el santo que Inés se mantuvo “inalterable, al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas” durante su suplicio.
Añade el célebre arzobispo de Milán: “No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria… Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales”.
Años después de la muerte de Santa Inés, Constantina, hija del emperador Constantino, mandó a edificar una basílica en honor de la niña mártir en la Vía Nomentana de Roma. Su fiesta comenzaría a celebrarse recién a mediados del siglo IV.
A Santa Inés se le suele representar como una niña o jovencita en posición orante, con una diadema en la cabeza y una especie de estola sobre los hombros, en alusión al palio -hecho de lana blanca-. A sus pies -o a veces entre sus brazos- aparece generalmente un cordero. Es frecuente que su figura se muestre rodeada de algunos objetos simbólicos que evocan el martirio: la pira, una espada, la palma o los lirios.
Frases de Santa Inés:
“Para quien yo amo soy casta, para quien me toca estoy limpia, para quien me recibe soy virgen”.
“Voy hacia Ti, a quien siempre he buscado, amado y siempre deseado”
“He sido solicitada por otro amante. Yo amo a Cristo. Seré la esposa de Aquel cuya Madre es Virgen. Lo amaré y seguiré siendo casta”
Oraciones:
Oh Dios Padre Misericordioso, concédeme la dicha de saber imitar
a santa Inés virgen y mártir,
que siendo aún casi una niña
ofreció en Roma el supremo testimonio de la fe,
consagrando con el martirio el título de la castidad,
ayúdame a seguir sus pasos, a ser:
fiel al amor de tu hijo Jesús,
que murió por nosotros en la Cruz,
fiel en lo mucho y en lo poco,
fiel en la alegría y en la tristeza,
fiel en la adversidad y en la bonanza,
fiel en el hogar y en trabajo,
fiel en el estudio y en la diversión
fiel en la bondad y en la oración.
Que nunca me separe de ti,
y, que por la intercesión de Santa Inés,
pueda obtener remediar
esta apremiante dificultad que tanto me aflige:
(hacer la petición).
Señor, te suplico me escuches,
confiando en tu gran bondad
y por la mediación de santa Inés,
espero ser prontamente socorrido.
También te solicito me ayudes
a caminar rectamente por el sendero de la fe,
el amor, la virtud y la bondad,
y bajo el amparo protector
de la Santísima Virgen María,
me mantengas siempre alejado
de las ocasiones de pecado,
de injusticias y maldades,
de violentos y opresores
y me concedas todo aquello
que sea más conveniente
para tu mayor honra y gloria
y provecho de mi alma,
para morir en tu gracia y gozarte eternamente
en la bienaventuranza del cielo.
Amén.