Por Sathya Sai Baba
La felicidad total proviene sólo del amor total; la verdad, la paz, la caridad, la fortaleza, pueden fructificar sólo en la atmósfera del amor, dice Sai. Los hombres añoran buenos tiempos, alta posición, poder, buena vida; pero muy pocas veces anhelan buenos pensamientos, sabiduría y virtud. ¿Qué mejor consejo puede dar Sai?
Los sentimientos y actividades de los hombres marchan a lo largo de tres vías: la emocional, la de la acción y la de lo racional; dicho de otro modo, las sendas de la devoción (bhakti), del karma y de la sabiduría (jñana). El primer tipo hace todo con un espíritu de dedicación y adoración que promueve pureza y bondad. El segundo efectúa acciones orientadas hacia el servicio, ya sea hacia el individuo, la comunidad o la nación. Ellos obtienen alegría de tales actividades, y por ello alcanzan las metas de su vida; sienten que la actividad es el propósito de la vida, su justificación y su meta. El tercer tipo está movido por el espíritu de indagación para conocer los principios básicos que gobiernan la vida y la naturaleza, o, como lo establece el Vedanta, los tatva. Tatva es una palabra de dos sílabas: tat y tva. Tat significa el más alto y completo conocimiento. Los rayos del sol caen sobre las cosas, estén limpias o sucias; iluminan lo bueno y lo malo, pero no son afectados en lo más mínimo. Así también, el tat no es afectado por las consecuencias del karma o los altibajos de la vida. Es el sereno testigo, el observador de la naturaleza objetiva. Tuam es la siempre cambiante, la siempre afectada naturaleza. Tat es Atma (Alma), tva es an atma, la no Alma. El tipo racional encuentra alegría analizando y descubriendo el Alma y descartando el anatma. Sorprendentemente, el término “racional” ha tomado significados contrarios y torcidos. Su objetivo apropiado es la indagación del Alma, investigación para la cual el hombre ha sido dotado de la facultad de razonar.
Estos tres tipos son en realidad tres hilos entrelazados en una cuerda; no pueden desenlazarse. Una casa está construida de ladrillo, cemento y madera. Así también, para la mansión llamada vida humana, la devoción, la acción y la sabiduría (bhakti, karma y jñana) son esenciales, como el corazón, las manos y la cabeza. Para el éxito espiritual uno debe poseer el corazón de Buda, las manos del emperador Janaka y la cabeza de Shankaracharya. Los tres juntos forman el amor de Sai.
De los tres, el karma o actividad, debe estar basado en la síntesis de los otros dos, devoción y sabiduría (bhakti y jñana). El karma en el que se está empeñado es la medida de la personalidad de uno. Semejante al termómetro que revela la temperatura, el karma muestra si un hombre es predominantemente tamásico, rajásico o sátvico (perezoso, activo o equilibrado). Karma es importante desde otro punto de vista: conforma nuestra personalidad. La naturaleza del karma determina la naturaleza de la consecuencia.
Vemos a muchos que deciden no hablar falsedades pero que todavía siguen haciéndolo; hacen voto de seguir un ideal pero fallan al llevarlo a cabo. ¿Por qué? El hombre tiene en sí mismo los tres rasgos mencionados. De éstos, el rajoguna (lo pasional y emocional) tiene un hijo, el deseo, la lujuria. El tamoguna (el rasgo obtuso, perezoso), tiene cuatro hijos: la ira, el odio, la envidia y el egoísmo. El deseo o lujuria es el jefe de esta pandilla. El deseo fuerza la entrada al corazón y la pandilla entera hace allí su guarida. El deseo es un fuego que todo lo consume. El fuego se conoce en sánscrito como analam, que significa “¡no es suficiente!” Es más, uno se mantiene lejos del fuego aun cuando lo ve a distancia. ¿Qué decir, estonces, cuando el fuego del deseo devasta el corazón mismo? ¿Cómo podemos vivir en paz y alegría cuando este fuego nos está consumiendo? Podemos extinguirlo si conocemos la estrategia del control de los sentidos, mediante el ejercicio del discernimiento.
Los maestros tienen que discernir, entonces, y desarrollar fe firme en e! Alma (la chispa divina). Según es la semilla, así será la cosecha. A menos que los maestros sean capaces de implantar esta semilla de conocimiento, la orientación de los valores no puede existir. “¿Quién soy yo?”, es la pregunta cuya respuesta debemos conocer y experimentar. La palabra sánscrita para yo es “aham”; ésta se forma juntando la primera letra, a, y la última, ha. Ello muestra que todos los pensamientos y expresiones se centran alrededor del yo; nada está fuera de él.
El yo es el centro de todos los deberes y obligaciones. Los maestros y otros se quejan de que no se les guarda el debido respeto; si cumplen con sus obligaciones, con seguridad obtendrán lo debido. Ambos, maestros y estudiantes, deben estar decididos a cumplir con sus obligaciones. Deben estar siempre vigilantes contra los malos hábitos y los vicios que penetran en sus mentes porque, al igual que las hormigas blancas, ellas les comerán las entrañas hasta que se desmoronen.
Los maestros y los estudiantes deben desarrollar un constructivo compañerismo. El maestro debe compartir las penas y angustias del discípulo, tan de cerca como si éste fuera su propio hijo. Debe identificarse con ellos como la leche lo hace con el agua. Cuando el agua, con la cual la leche se ha unido, se evapora al hervir, la leche se pone tan triste que sube, se derrama de la olla y trata de caer en el fuego. Cuando ven su apuro, ustedes agregan un poco de agua a la leche y ésta se aquieta cuando la compañía ha vuelto.
El hombre tiene dentro de sí mismo el sol de jñana (sabiduría) pero no lo sabe y se comporta como si viviera en un oscuro calabozo. Esto es lo que se llama maya o la gran ilusión. Así, el maestro, a quien se le ha confiado la misión de llevar iluminación a las tiernas mentes, tiene que volverse consciente de la luz interior de manera que pueda inspirar a los alumnos bajo su cuidado.
Discurso de Sai Baba del 30 de Agosto de 1981