La Transfiguración de Jesús ocurrió en presencia de los apóstoles Juan, Pedro y Santiago, en un monte alto y apartado llamado Tabor, que quiere decir “el abrazo de Dios”.
Dos cosas definen el momento: la conversación entre Jesús con Moisés y Elías, y la voz de Dios que irrumpe desde una nube diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Lc. 9, Mc. 9, Mt. 17).
Tradicionalmente se señala: “Por un instante, Jesús muestra su gloria divina”.
Por su parte, Santo Tomás de Aquino subraya el aspecto trinitario de esta teofanía [manifestación divina]: “Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa”.
“Como el arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el camino laborioso… Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad, que es los mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará a los suyos” agrega Sto. Tomás en la Suma teológica.
Los discípulos quedarían profundamente desconcertados al presenciar los hechos de la Pasión. Por eso, el Señor condujo a tres de ellos, precisamente a los que debían acompañarle en su agonía de Getsemaní, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria. Allí se mostró “en la claridad soberana que quiso fuese visible para estos tres hombres, reflejando lo espiritual de una manera adecuada a la naturaleza humana. Pues, rodeados todavía de la carne mortal, era imposible que pudieran ver ni contemplar aquella inefable e inaccesible visión de la misma divinidad, que está reservada en la vida eterna para los limpios de corazón” (San León Magno, Homilía sobre la transfiguración)
Finalmente, es importante ponderar la reacción de los testigos directos del milagro. Cuando la Transfiguración acabó, Pedro, quien había dicho “Señor, ¡qué bien se está aquí!” (Mt 17, 4), desciende del monte sin comprender lo que ha pasado. Llegará el día sin final, en el que diremos “¡qué bien se está aquí!” y permaneceremos en presencia del Transfigurado para siempre, en toda su gloria y esplendor.
Es posible decir que hoy, muchísima gente experimenta una sensación de declive en la vida social o en la cultura. Incluso, algunos han caído en la desesperanza o el agotamiento espiritual. Frente a estos fenómenos, Cristo aparece hoy, más ‘blanco’ que nunca, radiante, lleno de Luz. En Él renace nuestra confianza en que lo mejor siempre está por venir, y que aquello que está mal, siempre podrá ser transformado. No caigamos en la tentación del desaliento, la vieja estrategia para olvidar las maravillas del amor de Dios, aun en las circunstancias más difíciles.
Cada 6 de agosto la Iglesia celebra la fiesta de la Transfiguración.
Oración por la Transfiguración del Señor
Señor, que con la Transfiguración de Jesús nos alientas a llevar la cruz,
alienta nuestra esperanza para que un día lleguemos a brillar como Tú,
ya que te reconocemos como nuestra cabeza.
Quiero ser dócil a la manifestación de tu divinidad, mi Señor Jesús.
Con la Transfiguración nos diste un signo inequívoco de que eres el líder que no defrauda.
La llamada del Padre a que te escuchemos me invita a estar más atento a tu voz, a tus criterios, a tus puntos de vista para afrontar la realidad cotidiana.
Señor, llénanos de tu Espíritu para caminar contigo hacia Jerusalén, hacia la cruz, a sabiendas de que el término del camino será participar contigo de la Gloria de la resurrección.
Amén.