Santa Catalina fue una mística italiana que nos dejó un manantial de enseñanzas y ejemplos de vida, a pesar de haber vivido solo 33 años.
Nació en 1347 en Siena, hija de padres virtuosos y piadosos. Ella fue favorecida por Dios con gracias extraordinarias desde una corta edad, y tenía un gran amor hacia la oración y hacia las cosas de Dios.
Intensa devoción en su infancia
A los siete años, consagró su virginidad a Dios a través de un voto privado. A los doce años, la madre y la hermana de Santa Catalina intentaron persuadirla para llegar al matrimonio, y así comenzaron a alentarla a prestar más atención a su apariencia. Para complacerlos, ella se vestía de gala y se engalanaba con joyas que se estilaban en esa época. Al poco tiempo, Santa Catalina se arrepintió de esta vanidad. Su familia consideró la soledad inapropiada para la vida matrimonial, y así comenzaron a frustrar sus devociones, privándola de su pequeña cámara en la cual pasaba gran parte de su tiempo en soledad y oración. Ellos le dieron varios trabajos duros para distraerla. Santa Catalina sobrellevó todo esto con dulzura y paciencia. El Señor le enseñó a lograr otro tipo de soledad en su corazón, donde, entre todas sus ocupaciones, se consideraba siempre a solas con Dios, y donde no podía entrar ninguna tribulación.
Servicio al prójimo
Más adelante, su padre aprobó finalmente su devoción y todos sus deseos piadosos. A los quince años de edad, asistía generosamente a los pobres, servía a los enfermos y daba consuelo a los afligidos y prisioneros. Ella prosiguió el camino de la humildad, la obediencia y la negación de su propia voluntad. En medio de sus sufrimientos, su constante plegaria era que dichos sufrimientos podían servir para la expiación de sus faltas y la purificación de su corazón.
Como una consagración más formal a Dios, a los dieciocho años, Santa Catalina recibió el largo hábito blanco y negro deseado de la tercera orden de Santo Domingo. El hecho de pertenecer a una tercera orden significaba que la persona viviría la espiritualidad Dominica, pero en el mundo secular. Ella fue la primera mujer soltera en ser admitida. A partir de ese momento su habitación llego a ser su paraíso, y se ofrecía a sí misma en oración y mortificación. Durante tres años vivió como en una ermita, manteniéndose en silencio y sin hablar con nadie excepto Dios y su confesor.
Santa Catalina continuó con un espíritu de oración ferviente, de humildad y de confianza en Dios. Mediante ello perseveró victoriosa, y al final fue liberada de dichas pruebas que solo habían servido para purificar su corazón. Cuando Jesús la visitó después de este tiempo, ella le preguntó: «¿Dónde estabas Tú, mi divino Esposo, mientras yacía en una condición tan abandonada y aterradora?» Ella escuchó una voz que le decía, «Hija, estaba en tu corazón, fortificándote por la gracia».
En 1366, Santa Catalina experimentó lo que se denominaba un ‘matrimonio místico’ con Jesús. Cuando ella estaba orando en su habitación, se le apareció una visión de Cristo, acompañado por Su madre y un cortejo celestial. Tomando la mano de Santa Catalina, Nuestra Señora la llevó hasta Cristo, quien le colocó un anillo y la desposó Consigo, manifestando que en ese momento ella estaba sustentada por una fe que podría superar todas las tentaciones. Para Catalina, el anillo estaba siempre visible, aunque era invisible para los demás.
Milagros
La devoción total de Catalina a Dios comenzó a una edad temprana, como dice San Raimundo de Capua en su biografía: «Un día -debe haber tenido seis años en ese momento- tuvo que ir con su hermano Stefano, que era un poco mayor que ella, a ver a su hermana. (Entonces) habiendo cumplido su misión, los dos estaban regresando por un cierto carril, cuando Catalina miró hacia arriba, y allí, colgando en el aire sobre el techo de la iglesia, vio un espléndido trono ocupado por el Señor Jesucristo, vestido como un Rey con una corona sobre su cabeza. Con él estaban San Pedro y Pablo y Juan Evangelista. A la vista de todo esto, Catalina permaneció arraigada en el suelo, mirando amorosamente con ojos sin pestañear a su Señor y Salvador, quien se le estaba revelando de esta manera para cautivar su amor. Luego, mirándola directamente con los ojos llenos de majestad, y sonriendo con el mayor amor, levantó Su mano derecha sobre ella, hizo la señal de la cruz y gentilmente le dio su bendición eterna.
La gracia de este don fue tan inmediatamente efectiva sobre la niña que fue sacada de sí misma y completamente en Él a quien miraba amorosamente, y aunque era muy tímida por naturaleza, se quedó allí en medio de la calle, llena como estaba de hombres y animales, mirando hacia arriba con la cabeza bastante inmóvil, olvidando no sólo su viaje sino todas sus otras preocupaciones; y ella habría permanecido allí mientras durara la visión, si su atención no hubiera sido interrumpida».
La visión terminó cuando su hermano Stefano regresó, dándose cuenta de que la había dejado atrás. Cuando se acercó a ella, tirando de su brazo y llamándola por su nombre, miró a su hermano y le dijo: «Si pudieras ver lo que puedo, no serías tan cruel y me molestarías fuera de esta visión».
Este momento cambió a Catalina para siempre. La visión de Jesús y el cielo le dio una perspectiva completamente nueva de la vida que nunca la abandonó. Esta vida es sólo un viaje a nuestra verdadera Patria – el Cielo. Esta no es nuestra casa. Sí, hay gozo en la tierra, pero la felicidad perfecta y el cumplimiento de todos nuestros deseos solo se pueden encontrar en el cielo. Y desde ese momento hasta el final de su vida, todos los pensamientos y acciones de Catalina se dirigieron a amar a Dios y guiar a tantas personas como fuera posible a Cristo y al cielo.
Catalina le dijo a su hermano: «Si pudieras ver lo que puedo ver …» ¿Cómo cambiaríamos nuestras vidas si viéramos lo que hizo Catalina y supiéramos sin lugar a dudas que la felicidad perfecta solo se encuentra en Dios?
En el siglo 14 no era raro que el agua no fuera segura para beber. En cambio, bebieron un vino débil en lugar de agua. Sin embargo, un año hubo un tizón de uva que causó escasez de vino y los pobres estaban en peligro real de morir de sed. Pero Catalina hizo saber que cualquiera podía venir a su casa y recibir todo lo que necesitara porque sabía que Jesús proveería. «Este barril de buen vino, en una estimación normal, contenía casi lo suficiente como para durar a toda la familia de dos a tres semanas. Antes de que el vino de esta barrica se diera a la familia para beber, Catalina había estado dando una generosa ayuda diaria a los pobres durante varios días, ya que nadie tenía derecho a evitar que regalara lo que había en la casa… Pasaron quince días, tres semanas, un mes, con toda la familia bebiendo el vino también, y la barrica no mostró signos de ceder. Los hermanos de la virgen y todas las demás personas de la casa se sorprendieron de esto y se lo contaron a su padre, encantados de que la barrica siguiera proporcionando tanto vino durante tanto tiempo y, sin embargo, todavía parece tener mucho para el futuro. Fue un delicioso milagro para todos los que bebieron el vino, porque no podían recordar haber bebido nunca nada más agradable o satisfactorio… Si bien no pudieron explicar esto, Catherine, conociendo la fuente de todo bien de quien procedió este evento milagroso, comenzó a dar el vino abierta e incansablemente a todas las personas pobres que conocía, pero incluso entonces el barril no mostraba signos de secarse o el vino de perder su sabor. Así que pasó un segundo mes, y llegó un tercero, y todavía había tanto vino como siempre. Finalmente, llegó la nueva vendimia y llegó el momento de vaciar la barrica para que pudiera llenarse con vino nuevo. Entonces sucedió algo maravilloso: la barrica de la que el vino había estado fluyendo abundantemente el día anterior se abrió,y se descubrió que estaba tan seca como si no hubiera contenido una gota de vino durante meses.
El barril de vino que no se secaba era una gran señal de que Dios cuidaba de Catalina y su familia en proporción a su confianza en Él y su generosidad con los demás. Fue esta completa dependencia de Dios lo que le permitió dar tanto, y como decían, el vino solo sabía cada vez mejor cuanto más lo regalaba a los sedientos.
Una vez, en ferviente oración, Catalina dijo al Señor: «Crea en mí un corazón limpio, oh Dios. Cambia mi duro corazón lleno de tentación; y carente de Amor, Jesús, dame un corazón nuevo». Jesús entonces se apareció a Catalina y literalmente abrió su lado izquierdo, tomó su corazón y se fue. Esta visión fue tan impactante que realmente sintió que su corazón había sido removido, y se lo dijo a su confesor: San Raimundo de Capua. Naturalmente, explicó que era imposible vivir sin un corazón. Ella respondió: «Nada es imposible para Dios». No mucho después, Jesús reapareció ante Catalina, esta vez sosteniéndole Su Sagrado Corazón en su mano. Como antes, abrió su lado izquierdo, y esta vez, colocó su propio corazón dentro, diciendo: «Tomé tu corazón que me ofreciste. Ahora, ya ves, te estoy dando el mío, para que puedas seguir viviendo con él para siempre».
Se supone que cada misa es un intercambio de corazones. Cuando en la Misa el sacerdote nos invita a «Levantemos nuestro corazón» respondemos: «Lo tenemos levantado hacia el Señor». Le ofrecemos a Jesús nuestro corazón frío y pedregoso como lo hizo Catalina. Luego, en la Comunión, Jesús literalmente nos da Su Sagrado Corazón en la Eucaristía para que a partir de entonces podamos vivir con Su corazón, con Su fuerza y amor.
Luego de tres años de vida solitaria en su hogar, Santa Catalina sintió que el Señor la estaba llamando en ese momento a llevar una vida más activa. Por lo tanto, comenzó a relacionarse más con los demás y a servirlos. Dios recompensó su caridad con los pobres a través de varios milagros, a menudo multiplicando víveres en sus manos, y haciendo que ella pudiera llevar todo lo necesario a los pobres, lo cual no hubiera podido lograrlo de otro modo a través de su fortaleza natural.
En su ardiente caridad, trabajó intensamente por la conversión de los pecadores, ofreciendo sus continuas oraciones y ayunos. En Siena, cuando hubo un terrible brote de peste, trabajó constantemente para aliviar a los enfermos. «Nunca se la vio tan admirable como en ese momento”, escribió un sacerdote que la había conocido desde su infancia. «Siempre estaba con los que padecían por causa de la peste; los preparaba para la muerte y los enterraba con sus propias manos. Yo mismo fui testigo del gozo con que los atendía y de la maravillosa eficacia de sus palabras, que dieron lugar a muchas conversiones.»
Todos sus discursos, acciones y su silencio inducían a los hombres al amor a la virtud, de tal modo a que nadie, de acuerdo al Papa Pío II, que se acercara alguna vez a ella regresaba sin ser una mejor persona. Santa Catalina era capaz de reconciliar a los peores enemigos, más a través de sus oraciones que de sus palabras. Por ejemplo, un hombre a quien ella estaba tratando de persuadir para que llevara una vida virtuosa, cuando Santa Catalina vio que sus palabras no estaban teniendo efecto, ella hizo una pausa repentina en su discurso para ofrecer oraciones por él. Sus oraciones fueron escuchadas en ese mismo instante, y un cambio radical se produjo en el hombre. Luego se reconcilió con sus enemigos y adoptó una vida penitencial. Los pecadores más empedernidos no podían resistir sus exhortaciones y oraciones en pos de un cambio de vida. Miles acudían a escucharla o solo a verla, y fueron ganados por sus palabras y por su ejemplo de arrepentimiento.
Se reunieron alrededor de la santa un grupo de fervientes seguidores. Por ejemplo, un ermitaño de edad avanzada abandonó su soledad para estar cerca de ella porque decía que encontraba más paz de mente y progreso en la virtud siguiéndola que lo que jamás hubiera hallado en su celda. Otro descubrió que cuando ella hablaba, el amor divino se inflamaba en todo su ser, y su desprecio por lo mundano aumentaba.
Un cálido afecto la vinculaba a aquellos a quienes ella llamaba su familia espiritual – hijos suyos dados por Dios a quienes podía ayudar a lo largo del camino hacia la perfección. Ellos eran testigos de su espíritu de profecía, su conocimiento de las conciencias de los demás y su extraordinaria luz en las cuestiones espirituales. Ella leía sus pensamientos y frecuentemente tenía conocimiento de sus tentaciones cuando se alejaban de ella.
En ese momento la opinión pública acerca de Catalina estaba dividida; varios la reverenciaban como a una santa, mientras que otros la consideraban una fanática o la denunciaban como hipócrita. Su confesor de ese tiempo, el Padre Raimundo, sería posteriormente el biógrafo de la santa.
Milagro eucarístico y estigmas de Santa Catalina de Siena
El 1 de abril de 1375 Catalina se encuentra en Pisa, allí, estando en la iglesia de Santa Cristina (hoy es llamada «del Crucifijo», precisamente por el hecho en cuestión) ocurrió el fenómeno de la estigmatización. El primero en narrar el hecho fue el confesor de la santa, el Beato Raimundo de Capua (5 de octubre), que escribió la biografía de Catalina, y a quien doy la palabra:
«A continuación voy a referir algo que ocurrió (…) en la ciudad de Pisa, y esto en mi presencia. Cuando Catalina fue a este lugar, la acompañaron varias personas, yo entre alias. Ella recibió hospitalidad en la casa de un vecino del mismo, situada cerca de la iglesita de Santa Cristina. Un domingo celebra yo allí la santa misa y le di la sagrada oomunión. Catalina perrnaneció durante mucho tiempo en éxtasis, según solía; nosotros esperamos hasta que hubo recobrado el conocimiento con el fin de recibir de alto algún consuelo espiritual. De pronto vimos que su cuerpo que estaba postrado en el suelo, se elevaba un poco, se arrodillaba y extendía las manos y los brazos. Tenía el rostro encendido y permaneció mucho tiempo inmóvil y con los ojos cerrados. Luego, como si hubiese recibido una herida mortal, vimos que caía al suelo y adoptaba la postura que tenía antes, permaneciendo así hasta que recobró el uso de los sentidos.
Entonces me Alarmó y me dijo en voz baja: -‘Padre, le anuncio que por Ia merced de Nuestro Señor, yo llevaré en mi cuerpo sus sagrados estigmas’. Yo le contesté que sospechaba algo extraordinario después de haber visto lo que había ocurrido durante su éxtasis, y le pregunte qua le había hecho Nuestro Senor. ‘Vi’ – me contestó ella – ‘a nuestro Salvador crucificado que descendía sobre mí envuelto en una gran luz; el esfuerzo que hizo mi espíritu para ir a su encuentro fue lo que hizo que mi cuerpo se levantase del suelo. Luego, procedentes de las cinco aberturas de las heridas de Nuestro Señor vi que se dirigían hacia mí otros tantos rayos color de sangre, los cuales avanzaron hacia mis pies, mis manos y mi corazón. Yo comprendí el misterio y exclamé: ¡Ah, Señor, mi Dios, te ruego que estas cicatrices no aparezcan exteriormente en mi cuerpo! Mientras yo estaba hablando, los rayos sangrientos se hicieron brillantes, adquiriendo el aspecto de luz, Ilegando en esa forma hasta las mencionadas partes de mi cuerpo’.
Entonces yo le pregunté: -‘Y uno de esos rayos de luz uno llegó hasta su costado derecho?’. Ella me contestó: -‘No; hasta el izquierdo y directamente encima de mi corazón. La forma luminosa que emanaba del costado derecho del Señor no llegó hasta mi de una manera oblicua sino directamente’. ‘¿Siente usted’ – interrogué de nuevo – ‘un dolor agudo en cada uno de esos lugares?’. Ella me contestó lanzando un profundo suspiro: ‘Siento en esos lugares y sobre todo en el corazón dolores tan violentos, que me parece no podría vivir en este estado a no ser por un nuevo milagro del Señor’. Estas palabras me llenaron de angustia y traté de ver si exteriormente se notaban en ella signos de estos dolores. Cuando Catalina hubo terminado de hacerme las confidencias anteriormente consignadas, salimos de la capilla con el fin de dirigimos a la casa donde ella habitaba. Apenas llegamos se retiró a su habitación donde ella cayó sin sentido. Todos nos reunimos a su alrededor y viéndola en tal estado lloramos por miedo de perder a una persona a quien tanto amábamos en el Señor. Nosotros habíamos presenciado con frecuencia los éxtasis que la privaban del uso de los sentidos y que también pesaban sobre su cuerpo, pero jamás la habíamos visto sometida a una suspensión tan completa de sus fuerzas vitales».
Así, los estigmas eran solo visibles para Santa Catalina mientras vivió, pero el día de su muerte, al fallecer, se hicieron visibles para todos, queriendo así el Señor demostrar la gracia que había hecho a su amada. Más de 200 años tuvieron que pasar, luego incluso de la canonización de la santa en 1461, para que sus Estigmas fueran considerados verdaderos por la Iglesia.
Final de sus días
Ella obtuvo la unión perpetua de su alma con Dios. Aunque a veces estuviera obligada a conversar con diferentes personas sobre varios y diversos asuntos, ella siempre estaba ocupada y absorta en Dios. En una visión, Jesús se le presentó con dos coronas, una de oro y otra de espinas, ofreciéndole elegir con cuál de las dos se complacería. Ella respondió: «Yo deseo, Oh Señor, vivir aquí siempre conforme a tu pasión, y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite.» Luego, tomando ansiosamente la corona de espinas, se la colocó sobre la cabeza.
Falleció a los 33 años de edad.
Su otra obra magistral es el “Diálogo de la Divina Providencia” un diálogo entre el alma y Dios.
Frases y Reflexiones de Santa Catalina de Siena
Del capítulo final de su obra, “Diálogo de la Divina Providencia”, compartimos:
Alabanza y acción de gracias a la Trinidad
Gracias, gracias a ti, Padre eterno, que, siendo yo criatura tuya, no me has despreciado ni has apartado tu rostro de mí, ni has menospreciado mis deseos. Tú, Luz, no has tenido en cuenta mis tinieblas; tú, Vida, no has mirado que estoy muerta; tú, Médico, no te has apartado de mí por mis enfermedades; tú, Pureza eterna, me atendiste a mí, que me encuentro llena de miserias; tú, Infinito, viniste a mí, que soy perecedera; tú, Sabiduría, llegaste a mí, que soy necia.
Tú, Sabiduría; tú, Bondad; tu Clemencia, y tú, infinito Bien, no me has despreciado por todos estos y otros infinitos males y pecados que hay en mí, sino que de tu luz me has dado luz. He conocido en tu sabiduría la verdad; en tu clemencia he encontrado tu caridad y el amor al prójimo. ¿Quién te ha obligado? No mis virtudes, sino sólo tu caridad.
¡Oh Trinidad eterna, oh Deidad! Esta, la naturaleza divina, dio valor a la sangre de tu Hijo. Tú, Trinidad eterna, eres un mar profundo, donde cuanto más me sumerjo, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Eres insaciable, pues llenándose el alma en tu abismo, no se sacia, porque siempre queda hambre de ti, Trinidad eterna, deseando verte con luz en tu luz. Como el ciervo desea las fuentes de agua que corren, así mi alma desea salir de la cárcel del cuerpo tenebroso y verte en realidad. ¡Oh! ¿Cuánto tiempo estará escondida tu cara a mis ojos?
Tú, Trinidad eterna, eres el que obra, y yo, tu criatura. He conocido que estás enamorada de la belleza de tu obra en la nueva creación que hiciste de mí por medio de la sangre de tu Hijo.
¡Oh abismo, oh Deidad eterna, oh Mar profundo! ¿Qué más podías darme que darte a ti mismo? Eres fuego que siempre arde y no se consume: tú, el Fuego, consumes en tu calor todo el amor propio del alma; eres el fuego que quita el frío; tú iluminas, y con tu luz nos has dado a conocer tu Verdad; eres Luz sobre toda luz, que da luz sobrenatural a los ojos del entendimiento con tal abundancia y perfección, que clarificas la luz de la fe. En esta fe ves que mi alma tiene vida y con esta luz recibe la luz.
En esta luz te conozco y te presentas a mí, tú, infinito Bien, más excelso que cualquier otro. Bien feliz, incomprensible e inestimable. Eres Belleza sobre toda belleza, Sabiduría sobre toda sabiduría; es más, eres la Sabiduría en sí misma. Eres alimento de los ángeles; te has dado a los hombres con ardiente fuego de amor. Eres Vestido que cubre toda desnudez; alimentas con dulzura a los que tienen hambre. Eres dulce, sin amargura alguna.
¡Oh Trinidad eterna! En la luz que me diste, recibida con la de la santísima fe, he conocido por muchas y admirables explicaciones, allanando esa luz el camino de la perfección, a fin de con ella y no en tinieblas te sirva, sea espejo de buena y santa vida, pues siempre, por mi culpa, te he servido en tinieblas. No he conocido tu Verdad, y por ello no la he amado. ¿Por qué no te conocí? Porque no te vi con la gloriosa luz de la fe, ya que la nube del amor propio ofuscó los ojos de mi entendimiento. Tú, Trinidad eterna, con la luz disipaste las tinieblas.
¿Quién podrá llegar a tu altura para darte gracias por tanto desmedido don y grandes beneficios como me has otorgado? La doctrina de la verdad que me has comunicado es una gracia especial, además de la común que das a las otras criaturas. Quisiste condescender con mi necesidad y la de las demás criaturas semejantes a nosotros.
Responde tú, Señor. Tú mismo lo diste y tú mismo respondes y satisfaces infundiendo una luz de gracia en mí, a fin de que con esa luz yo te dé gracias. Vísteme, vísteme de ti, Verdad eterna, para que camine aprisa por esta vida mortal con verdadera obediencia y con la luz de la santísima fe, con la que parece que de nuevo embriagas al alma. Deo gratias. Amén.
Oración a Santa Catalina de Siena
Señor Dios,
tú has mostrado a santa Catalina
el amor infinito
hacia todos los hombres,
hechura de tus manos,
que arde en tu corazón .
Ella compartió generosamente
esta revelación
y la vivió en todas sus consecuencias
hasta el heroísmo.
Concédenos que podamos
seguir su ejemplo,
confiando en tus promesas
y aumentando nuestra fe en tu presencia
en cada sacramento,
especialmente en el sacramento de tu perdón.
Te lo pedimos por Jesucristo,
tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.