El pasaje evangélico se detiene en el estilo del misionero, que podemos resumir en dos puntos: la misión tiene un centro; la misión tiene un rostro. El discípulo misionero tiene antes que nada su centro de referencia, que es la persona de Jesús. La narración lo indica usando una serie de verbos que tienen Él por sujeto —«llama», «comenzó a mandarlos», «dándoles poder», «ordenó», «les dijo» (vv. 7.8.10)—, así que el ir y el obrar de los Doce aparece como el irradiarse desde un centro, el reproponerse de la presencia y de la obra de Jesús en su acción misionera. Esto manifiesta cómo los apóstoles no tienen nada propio que anunciar, ni propias capacidades que demostrar, sino que hablan y actúan como «enviados», como mensajeros de Jesús. Este episodio evangélico se refiere también a nosotros, y no solo a los sacerdotes, sino a todos los bautizados, llamados a testimoniar, en los distintos ambientes de vida, el Evangelio de Cristo. Y también para nosotros esta misión es auténtica solo a partir de su centro inmutable que es Jesús. No es una iniciativa de los fieles ni de los grupos y tampoco de las grades asociaciones, sino que es la misión de la Iglesia inseparablemente unida a su Señor. Ningún cristiano anuncia el Evangelio «por sí», sino solo enviado por la Iglesia que ha recibido el mandado de Cristo mismo. (…) La segunda característica del estilo del misionero es, por así decir, un rostro, que consiste en la pobreza de medios. Su equipamiento responde a un criterio de sobriedad. (…) El Maestro los quiere libres y ligeros, sin apoyos y sin favores, seguros solo del amor de Él que les envía, fuerte solo por su palabra que van a anunciar. (Ángelus, 15 de julio de 2018)
LECTURA DEL DÍA
Primera lectura
Lectura del Profeta Amós
Am 7,12-15
En aquel tiempo, Amasías, sacerdote de Betel, le dijo al profeta Amós: “Vete de aquí, visionario, y huye al país de Judá; gánate allá el pan, profetizando; pero no vuelvas a profetizar en Betel, porque es santuario del rey y templo del reino”.
Respondió Amós:
“Yo no soy profeta ni hijo de profeta,
sino pastor y cultivador de higos.
El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo:
‘Ve y profetiza a mi pueblo, Israel’ ”.
Segunda lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios
Ef 1, 3-10
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en él
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo,
para que fuéramos santos
e irreprochables a sus ojos, por el amor,
y determinó, porque así lo quiso,
que, por medio de Jesucristo, fuéramos sus hijos,
para que alabemos y glorifiquemos la gracia
con que nos ha favorecido por medio de su Hijo amado.
Pues por Cristo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él ha prodigado sobre nosotros el tesoro de su gracia,
con toda sabiduría e inteligencia,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo,
cuando llegara la plenitud de los tiempos:
hacer que todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,
tuvieran a Cristo por cabeza.
EVANGELIO DEL DÍA
Lectura del santo Evangelio según San Marcos
Mc 6,7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.
Y les dijo: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos”.
Los discípulos se fueron a predicar el arrepentimiento. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.