Por Sathya Sai Baba
El hombre debe lograr muchas cosas durante su vida. La más alta y valiosa de todas ellas es la misericordia y el amor de Dios. El amor de Dios le otorgará, por añadidura, la gran sabiduría que le será necesaria para alcanzar la paz interior inalterable. Todos y cada uno deberán esforzarse por llegar a entender la verdadera naturaleza de la Divinidad. Es obvio que, en el comienzo mismo de su intento, el hombre no podrá captar el fenómeno del Absoluto inmanifiesto. En un principio deberá imponerle una forma y algunos atributos para poder acercarse a El. Luego, deberá tratar de llevarlo hasta su santuario interior, gradualmente, haciendo que descienda la Energía Divina. La persona empeñada en conseguir el éxito en esta empresa, no representa meramente a una entidad buscadora con derecho a perseguir una meta. También deberá cultivar el espíritu de servicio y empeñarse en buenas acciones que le ganen la gratitud de la gente. Sólo así podrá cumplir con la tarea de purificar los niveles de su conciencia y convertirse en un digno candidato a la victoria espiritual.
El estado de reclusión no significa la mera aceptación de la cuarta etapa de la vida, con sus derechos y obligaciones, el retiro luego de haber cortado todo contacto con el mundo, para llevar una austera vida de ascetismo. El renunciante debe moverse entre la gente, debe llegar a comprender sus pesares y alegrías, y debe impartirles la instrucción que tanto necesitan. Este es el deber que deben cumplir los monjes.
El renunciante (sanyasi) puede ser comparado con una especie de pez. El pez se mueve en las profundidades de un lago, de uno a otro lugar, jamás permanece quieto en un solo sitio. Mientras nada de un punto a otro, el pez va comiendo gusanos, larvas y huevos de insectos, con lo cual colabora a mantener la pureza del agua. De manera similar, el renunciante debe moverse de un lugar a otro, viajando hasta los más alejados rincones del país. Su deber es el de limpiar del mal a la sociedad por medio de su ejemplo y sus preceptos. Debe proceder a transformarla mediante sus enseñanzas, para llegar a convertirla en una sociedad libre de vicios y de maldad.
El árbol puede llegar a extender sus ramas en una amplia área, pero éstas podrán llenarse de frutos solamente si las raíces del árbol son alimentadas con agua. Si, por el contrario, el agua se vierte sobre las ramas, las flores y los frutos, ¿podría extenderse y crecer el árbol? Las raíces para la paz y la prosperidad de la sociedad las representan las cualidades de la devoción y la dedicación, de ahí que el sistema educativo debe prestar atención al fomento y al fortalecimiento de estas cualidades en la gente.
Las personas que ocupan posiciones de autoridad son llamados adhikaris. Este término también puede significar adhika ari: ¡el peor enemigo! El verdadero adhikari deberá cuidarse en extremo de tomar por este rumbo y deberá hacer uso de su posición para servir a la gente que se halla bajo su autoridad.
En los tiempos antiguos, cuando sucedía que en una región cualquiera la gente era acosada por el temor ola ansiedad cuando se secaban las fuentes de la alegría y el contento, la causa se le achacaba a algún defecto o descuido en el culto ofrecido a Dios en los templos de la región. De inmediato se buscaba identificar estos errores y proceder a corregirlos, para que la gente recobrara su paz interior. Ellos estaban convencidos de que las crisis se superaban por este medio. Este tipo de acciones se reúnen hoy en día en un solo concepto y se les tilda de “superstición”, para de este modo ser rechazadas. Mas no se trata aquí, en modo alguno, de supersticiones. Los científicos modernos se encuentran en un tan patético estado de entendimiento, que no logran reconocer estos importantes problemas. Esta es la etapa preliminar de la confusión que causan los modernos enfoques de la educación.
Los antiguos habían llegado a captar la verdad suprema sólo después de haber experimentado por sí mismos su validez. Los hombres actuales, por el contrario, desechan sus descubrimientos. Y esta es la razón del incremento de la barbarie en los así llamados “países civilizados”. Son muchos los que no han reconocido aún este hecho. Todo ser viviente ansía la felicidad, en modo alguno desea la infelicidad. Algunos anhelan riquezas, otros creen que el oro puede hacerles felices; algunos acumulan joyas, otros coleccionan vehículos, y no hay nadie que no se empeñe por obtener las cosas que cree que le pueden dar alegría. En cambio, son muy pocos los que realmente saben de dónde se puede obtener la felicidad.
Fuente: La Sabiduria Suprema (Vidhya Vahini) cap. 11