Por Sathya Sai Baba
Los árboles brindan refugio a todos, sin consideración
de casta ni credo, y proclaman que todos los hombres son iguales.
Las plantas nos enseñan a no encariñarnos excesivamente
con el cuerpo, y las aves, que se contentan con el alimento
que consiguen para el día, nos muestran
que no debemos preocuparnos por el mañana.
También en su muerte los pájaros nos dan una lección
respecto a lo transitorio del mundo.
La madre naturaleza nos exhorta a descartar el apego
por nosotros mismos y por nuestras posesiones terrenales.
En verdad, la Naturaleza es la escuela en la que el hombre,
siguiendo las enseñanzas del más grande Sadguru, Dios,
puede adquirir la Sabiduría Divina.
¡Encarnaciones del Amor!: Los programas de asistencia económica y social promueven el bienestar material y no cabe duda de que son necesarios en este mundo. Para el bienestar espiritual y la divinización del hombre, sin embargo, son de máxima importancia el carácter y la moralidad. La espiritualidad es el aliento vital para los seres humanos en general. La cultura india se ha basado en la espiritualidad y en los valores éticos. El reconocer la gran significación de nuestra ancestral cultura y remotas tradiciones y el adaptarlas para responder a las necesidades de la época actual, es lo que constituye nuestro deber primario. La cultura y las tradiciones indias ya han resistido la prueba del tiempo. Y estas tradiciones respetadas por el tiempo le entregan felicidad a nuestra vida práctica.
Un sistema educacional que no tome conocimiento de los elevados ideales de la espiritualidad y de nuestra cultura ancestral, realmente no puede promover la armonía social. Es precisamente debido a la ausencia de valores espirituales y morales en nuestra educación actual que estamos siendo testigos de agitaciones sociales y de degeneración de la personalidad humana. El hombre moderno ha llegado a dominar la ciencia y la tecnología, pero con ello se ha convertido en un siervo de Mammon (espíritu de codicia, demonio de la riqueza). Se regocija triunfalmente por su aparente éxito en el uso de la energía nuclear, no obstante, vive como un enano moral.
La cultura constituye la sangre vital de una comunidad. Es la columna vertebral de un país. Los sabios de antaño que habían alcanzado la liberación del egoísmo y que se elevaban por encima de los deseos mundanos, iluminando a la sociedad con la radiante luz de su espiritualidad, dan testimonio de la santidad de nuestra cultura. Nuestra cultura nos ha estado dando sagradas normas de conducta que se honran de la mejor manera poniéndolas en práctica en nuestra vida diaria.
“Sathyam vada, Dharmam chara” (“Digan la Verdad y practiquen la Virtud”): éste es también uno de los importantes aforismos que enunciaran los antiguos gurús de la India. El enfatiza la importancia de la Verdad y la Virtud o Rectitud. Sathya es la Verdad eterna, absoluta e invariable. Dharma se traduce a menudo como Rectitud, pero es mucho más que eso. “Dharma” es un término cargado de poder que epitomiza toda una filosofía y un modo de vida. Representa el “summum bonum” de la ética india. Un discípulo es aquel que ha captado los contenidos de la Verdad y la Rectitud gracias a una práctica espiritual constante (Sadhana). Sathya y Dharma resumen el código de conducta y la escala de valores que exponen las inmortales Escrituras de la India.
Si quieren cultivar arroz, tendrán que realizar una buena cantidad de trabajos. Deberán arar el terreno y enriquecerlo con estiércol y abonos. Habrán de conseguir buenas semillas. Habrán de poner cercas alrededor de su campo para proteger las plantas tanto de hombres como de animales. También habrán de remover periódicamente las malezas e irrigar apropiadamente el terreno. Tendrán que dar todos estos pasos para poder cultivar arroz. En cambio, no necesitarán de ningún esfuerzo especial para cultivar pasto. Las malezas dañinas crecen por sí mismas. De manera similar, el adharma, la iniquidad o injusticia, crece como las malezas venenosas sin ningún esfuerzo especial. La delicada planta del Dharma, Rectitud, Virtud o Justicia, en cambio, habrá de ser atendida y cuidada celosamente, para que pueda sobrevivir entre las malezas del adharma.
Un Sadhana (práctica espiritual) especial y esfuerzos concentrados son esenciales para el establecimiento y la protección del Dharma. Deberíamos recordar constantemente la sagrada declaración: “Dharmo rakshati rakshitah”: “El Dharma protege a quien protege al Dharma”. No obstante, deberíamos mantener en la mente también un corolario para este dicho: “Dharma eva hatohanti”: “El Dharma destruye a quien trata de destruirlo”. De modo que “Dharma” no es únicamente un concepto metafísico, sino también una poderosa fuerza moral con la que hay que contar. Aquel que se desvía de la Senda del Dharma, habrá de pagar un precio por ello a la larga. El Dharma protege al mundo. Es permanente y perdurable. Decimos que el Sol se levanta y se pone, dando por resultado el día y la noche, aunque, en realidad, el Sol no salga ni se ponga. El Sol está siempre allí, eternamente radiante. De manera similar, el Dharma es eterno, inmutable e imperecedero. En el verso “Yada yadahi dharmasya glanir bhavati Bharata…”, la palabra “glani” se usa en conexión con el Dharma. “Glani” significa atenuación, merma, atrofia, declinar. En realidad, el Dharma jamás está sujeto a “glani” o declinación alguna. Lo único que sufre merma es la práctica del Dharma. Dios encarna como Avatar para revivir la práctica del Dharma y no para su protección, puesto que es eterno y absoluto. Es únicamente su práctica la que necesita de un renacimiento.
Fuente: Lluvias de verano Tomo 6 cap. 31 (1979)