Santos apóstoles Felipe y Santiago: ejemplos de entrega por amor a Cristo. Oraciones e historia

Los santos Felipe y Santiago formaron parte del grupo de discípulos más cercanos a Jesús, los Apóstoles.

Felipe nació en Betsaida y antes de seguir a Jesús fue discípulo de Juan el Bautista. Fue uno de los primeros a los que llamó el Señor.

Felipe aparece en varios pasajes de la Escritura: fue él quien preguntó al Señor: “¿Cómo vamos a darle de comer a tanta gente?” (Jn 6, 5-7), preocupado por aquellos que seguían al Maestro y no tenían qué comer.

A él se dirigió un grupo de paganos que deseaban conocer al Señor (Jn 12, 20-22). Además, Felipe fue quien le pidió a Cristo que le “muestre al Padre” (Jn 14, 8-11) mientras compartían la última cena.

Después de la Ascensión del Señor a los Cielos, junto al resto de apóstoles y la Virgen María, Felipe recibió el Espíritu Santo en Pentecostés. De ahí partió a la región de Frigia (ubicada hoy entre Turquía, Hungría, Ucrania y el Este de Rusia) para anunciar la Buena Noticia a las gentes de esas tierras.

San Felipe murió como martir, tras ser perseguido, por difundir una fe revolucionaria, fue apedreado y crucificado en Hierápolis (Turquía), la antigua ciudad helenística reconstruida por los romanos.

Sus reliquias fueron conservadas y en el siglo VI fueron llevadas a Roma y colocadas en la Basílica de los Doce Apóstoles. En la versión antigua del Martirologio romano su fiesta era el 1 de mayo, pero fue desplazada en el Novus Ordo al día tercero del mes.

Oración a San Felipe Apóstol

Padre,
a Ti que hiciste
de San Felipe
un apóstol
y un seguidor
de tu Hijo Jesucristo,
te pedimos,
por su intercesión,
la gracia del Espíritu Santo.

Concédenos
la fortaleza necesaria
para superarnos siempre,
ayúdanos a propiciar
la salud de nuestro cuerpo
y a esforzarnos
para vivir en gracia.

Haz que siempre
sepamos aprovechar
bien nuestro tiempo. 

Ayúdanos a hacer
bien las cosas
desde la primera vez.

Danos, por los méritos
de San Felipe Apóstol,
la gracia de estado
que más necesitemos.

Te lo pedimos,
por tu Hijo Jesucristo,
nuestro Señor.

Santiago, el menor

Por su parte, Santiago recibe el sobrenombre de “el Hijo de Alfeo”; también se le llama “primo del Señor” porque su madre era pariente de la Virgen María. A él se le atribuye la autoría de la primera epístola católica. En está se encuentra consignado uno de los principios más importantes de la vida cristiana: “La fe sin obras, está muerta” (Sant. 2, 26).

En los Hechos de los Apóstoles se le describe como un personaje muy querido de la Iglesia de Jerusalén, a quien se le llamaba con frecuencia “el obispo”. San Pablo lo menciona en su Carta a los Gálatas, poniéndolo al lado de San Pedro y San Juan. Además, cuenta que después de su conversión, Pablo quiso entrevistarse con Pedro, pero no encontró en la ciudad a ningún discípulo sino a Santiago. En su última visita a la Ciudad Santa, el mismo Pablo fue directamente a casa de Santiago, donde se reunió con todos los jefes de la Iglesia de Jerusalén (Hech. 21,15).

A veces se designa a Santiago como “el que intercede por el pueblo”. Según la tradición este apóstol recibe este sobrenombre debido a que oraba siempre pidiendo perdón a Dios por los pecados de su pueblo.

La misma tradición conserva el relato de un episodio en el que Santiago fue “causa de escándalo” entre fariseos y escribas, los mismos que Jesucristo había siempre criticado duramente.

El sumo sacerdote, Anás II, aprovechando la concurrencia que se presentaba en la fiesta judía, lo interpeló diciendo: “Te rogamos que ya que el pueblo siente por ti grande admiración, te presentes ante la multitud y les digas que Jesús no es el Mesías o Redentor”. Ante este pedido, Santiago respondió: “Jesús es el enviado de Dios para salvación de los que quieran salvarse. Y lo veremos un día sobre las nubes, sentado a la derecha de Dios”.

Entonces los sumos sacerdotes -enfurecidos por su desafiante respuesta y por el temor de que más judíos se convirtieran al cristianismo- mandaron capturar a Santiago y lo llevaron a la parte alta del templo. Desde allí lo arrojaron hacia el precipicio. El apóstol cayó de rodillas y terminó de morir mientras lo apedreaban. En su agonía no cesaba de repetir las palabras de Cristo: “Padre Dios, te ruego que los perdones porque no saben lo que hacen”.

Tanto Felipe, como Santiago, coronaron sus vidas consagradas al anuncio del Evangelio, con el martirio. Ese fue el signo de su santidad y fidelidad absoluta a Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre.

Oración a Santiago Apóstol

¡Gran Apóstol Santiago, familiar cercano de nuestro Señor y aún más cercano a Él por lazos espirituales! Al ser llamado por Él entre los primeros discípulos y ser favorecido con Su especial intimidad, tu respondiste con gran generosidad, dejándolo todo para seguirle a la primera llamada. También tuviste el privilegio de ser el primero de los Apóstoles en morir por Él, sellando tu predicación con tu sangre.
“Atronador” en el entusiasmo en la tierra desde el cielo, te has mostrado defensor de Su Iglesia una y otra vez, apareciendo en el campo de batalla de los Cristianos para derrotar y dispersar a los enemigos de la Cruz, y llevar a los descorazonados Creyentes a la Victoria. Fuerza de los Cristianos, refugio seguro de aquellos que te suplican con confianza, oh, protégenos ahora en los peligros que nos rodean.
Que por tu intercesión, nuestro Señor nos conceda Su Santo Amor, filial temor, justicia, paz y la victoria sobre nuestros adversarios, tanto visibles como invisibles, y sobre todo, que un día nos conceda la felicidad de verlo y tenerlo con nosotros en el cielo, en tu compañía y la de los ángeles y santos para siempre.
Amén.

Oración a ambos apóstoles de Cristo, Felipe y Santiago

Oh, apóstoles de Cristo
columnas y fundamento de la ciudad de Dios.
Que de la humilde Galilea,
subieron a la gloria inmortal.
Son bienvenidos en la Jerusalén Celeste
porque por Jesucristo derramaron su sangre,
sembraron la palabra de Dios y dieron tanto fruto.
Intercedan por nosotros ante Dios,
para que nos brinde la gracia de la verdadera conversión,
nos llene de fuerza para dar testimonio de Cristo,
con nuestras palabras y con nuestras vidas, como lo fueron ustedes,
y no tengamos miedo de ir contra corriente de este mundo.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

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