Muchas enseñanzas del Nuevo Testamento que pueden resultar un tanto crípticas pasan a entenderse de manera mucho más fácil cuando recurrimos a algunas de las tradiciones de Oriente.
El budismo, por ejemplo, desde sus inicios sostuvo la necesidad de trascender el ego, en tanto ilusión de la mente, como una vía de liberación del sufrimiento existencial. Es el conjunto de deseos egoístas el que conduce al ser humano al sufrimiento. De la estructura del ego, la autoimagen entronizada en la mente, de su apego o rechazo, emanan luego el orgullo, la vanidad, la codicia, la ira, la soberbia, etc.
«Los sabios, meditando con atención, se liberan de las ataduras del deseo y no se aferran a ningún hogar. Como cisnes que abandonan un lago, dejan atrás todo apego», afirma el Buda en el Dhammapada (Capítulo 7, Verso 91) y sintetiza esta experiencia diciendo «Todo es no-yo (anatta)» (Op. cit., Capítulo 20, Verso 279).
Cuando realmente se comprende la enseñanza del Buda (Dharma), se llega, por vía de la experiencia, a dicha conclusión: «Al ver el Dhamma, uno ve que no hay yo, ni mío, ni un ser» (Majjhima Nikaya 22, Alagaddupama Sutta).
Tendemos a identificarnos con nuestro cuerpo y nuestra mente, constituyéndose esta identificación con uno de los principales apegos. «Aquel que no se identifica con el nombre y la forma, y no se aferra a ellos como ‘yo’ o ‘mío’, no sufre por lo que no tiene» (Sutta Nipata 4.14, Verso 919), enseñó Siddartha Gautama.
En similar sentido se expresó el propio Cristo cuando pedía a sus discípulos «negarse a sí mismos» como condición para poder realmente seguirlo.
Para vivir en conformidad con Cristo o la voluntad de Dios, se necesita renunciar a los deseos egoístas del yo individual. Este pequeño «yo» no es otra cosa que un reflejo distorsionado del verdadero Ser que es Dios. La tentación luciferina es precisamente la de idolatrar (así sea de manera inconsciente) a este pequeño ego, bajo el engaño de ilusoria escisión del resto de la vida.
En Mateo 16:24 (y en Lucas 9:23) se enseña: «Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame». Cristo sostiene de manera explícita que seguirlo implica renunciar al ego, negando los deseos personales y aceptando atravesar el sacrificio de esta renuncia, lo que simboliza con la idea de la cruz.
También recurrió a una metáfora muy clara, cuando el pequeño grano de trigo cae en terreno fértil, abandona su forma y su nombre para pasar a dar lugar a que la vida se expanda en la plenitud de la nueva planta que multiplicará sus semillas: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará» (Juan 12:24-25).
El apóstol Pablo continuará en la misma línea en Gálatas 2:20: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí». Se describe así la muerte del «yo» individual, y su reemplazo por la vida de Cristo en él. Cuando el ego es trascendido, cae el falso dios para que pueda manifestarse en plenitud el Dios verdadero, el Ser que da vida a todo ser.
San Pablo describe la muerte simbólica del yo terrenal, llamando a los cristianos a eliminar los deseos egoístas y vivir una vida centrada en Cristo: «Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Colosenses 3:3-4).
¿Y cuál es el camino en esa erradicación del ego ilusorio? El apóstol explica: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros» (Filipenses 2:3-4)
Desembarazarse de los deseos egoístas, es la clave para desarmar la estructura del ego: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad».
Como puede verse, en el Nuevo Testamento la negación del ego, al igual que lo hizo siglos antes el budismo, es entendida como la renuncia a los deseos, ambiciones y apegos personales. Cuando este cometido se logra, así sea gradualmente, la voluntad de Dios puede manifestarse plenamente en nuestros pensamientos, palabras y, lo más importante: en nuestras acciones.
Fausto
Planeta Holístico