En el Evangelio según San Marcos 10, 17-30, se relata la enseñanza de Cristo sobre cómo acceder a la vida eterna. En la escena se muestra a una persona rica que se acerca a Jesús consultando al Maestro precisamente esto, a lo que se le pregunta si cumplía con los 10 mandamientos («No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre»). Ante la respuesta afirmativa, Jesús entonces replica que requiere algo más: «‘Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme'». El Evangelio explica que «al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes».
Aquí lo que se enseña no es solo aquello de «¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”. Por riqueza no solo se refiere Cristo a la posesión de bienes materiales, sino a la actitud de la persona hacia estos. El problema no es el tener en sí (Jesús supo entablar relación con ricos y publicanos, como José de Arimatea o el propio Mateo). El problema es que los bienes materiales no nos posean a nosotros, es decir el apego a los bienes materiales que nos esclaviza a este mundo.
Para el budismo el término sánscrito «upadana» significa «causa material» y es la base que permite a la mente confundida por la ignorancia desarrollar el apego hacia un mundo que, en términos espirituales, es ilusorio. Para el hinduísmo «upadana» hace alusión a lo material en tanto manifestación fenoménica e ilusoria («maya») generada por Dios. Para ambas tradiciones religiosas, el apego a lo ilusorio es una clara fuente de sufrimiento y atrapa a la conciencia en el ciclo del Samsara, infinidad de encarnaciones dentro de una realidad que la somete al sufrimiento.
En las 4 Nobles Verdades, Buda enseña que existe el sufrimiento existencial, que el mismo es causado por el deseo («trishna», que genera tanto apego como aversión), y que el fin de este deseo producto de la visión incorrecta de la realidad conlleva a la liberación espiritual del Samsara, Nirvana. Para alcanzar este objetivo, la Cuarta Noble Verdad propone el Óctuple Noble Sendero: «visión correcta, pensamiento correcto, hablar correcto, actuar correcto, medio de vida correcto» y para alcanzar todo esto el entrenamiento de la mente: «esfuerzo correcto, atención correcta, meditación correcta».
El camino meditativo del budismo apunta entonces a forjar una persona sin apego hacia lo material. Esta era precisamente la demanda de Jesús al rico. Frente a una encarnación de Dios en la Tierra, el camino se hace más sencillo que para los discípulos del camino budista que deberán practicar con denuedo a lo largo de todas sus vidas esa sadhana o disciplina espiritual. Ante Jesús, sus seguidores en gran medida se desapegaban de lo material para correr a recibir sus enseñanzas.
El Evangelio entonces concluye: «Entonces Pedro le dijo a Jesús: ‘Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte’. Jesús le respondió: ‘Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna'».
Efectivamente tanto las primeras comunidades cristianas como las primeras sanghas budistas, supieron compartir voluntariamente sus bienes en pos del bien común. Algo que hoy en día se puede seguir viendo tanto en los ashram de la India como en monasterios cristianos.
Así se relata esta experiencia en Hechos 4,32: «Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común».
Fausto Miguel – Planeta Holístico