La Solemnidad de la Anunciación del Señor recuerda de manera solemne el acontecimiento que cambiaría para siempre la historia de la humanidad. Dios Todopoderoso invitaba a una humilde doncella de Nazaret (Palestina) llamada María, a cooperar en su plan salvífico: Ella será invitada por medio del ángel a ser madre del Hijo unigénito de Dios, el Señor Jesús.
María, quien había consagrado su virginidad a Dios, responde a la propuesta divina con un valiente y generoso “¡Sí!” (Cfr. Lc 1, 26-38); por lo que será llamada la ‘llena de gracia’. Es necesario recordar que desde el preciso momento en que la Virgen de Nazaret queda encinta por obra y gracia del Espíritu Santo, las puertas del cielo se abren nuevamente y la amistad entre Dios y el hombre, quebrada antaño por el pecado, habrá de ser restablecida.
Por su ‘sí’ la Virgen será elevada a la condición de ‘Madre de Dios’. Ella llevará a Jesús en su vientre: primero será abrigo y protección; después, la encargada de educar a Aquel que es salud para el género humano.
Tradicionalmente la Anunciación del Señor se celebra el 25 de marzo -nueve meses antes del día de Navidad. Sin embargo, cuando la fecha coincide con la Semana Santa, la celebración se traslada, tal y como sucedió en el 2024.
En la Biblia los ángeles siempre aparecen diciendo primero «no temas». En cambio, el saludo a María es único. Gabriel le dice a María: “¡Ave, llena eres de gracia, el Señor está contigo!” (Lucas 1,28). La palabra griega kecharitōmenē (llena eres de gracia) no es una simple descripción. Es un título divino.
“‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible’. María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel” (Lc. 1, 35 – 38).
Este pasaje forma parte del Evangelio de hoy (Lc 1, 26-38), en el que se recuerda el diálogo del ‘mensajero’ de Dios, Gabriel, con la Virgen. La claridad y sencillez de la respuesta de María denota que sobre ella no hubo imposición, sino libertad. María podría haber rechazado la propuesta venida por boca del ángel y Dios habría respetado su decisión de la misma manera como respeta incondicionalmente la libertad humana. Para alegría y gratitud de todas las generaciones, la “bendita entre las mujeres” aceptó la voluntad de Dios con amor y docilidad. Dios no había puesto vanamente su confianza en María: “Hágase en mí según tu palabra”, contesta, y se produce el más grande de todos los milagros: la Encarnación del Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Este hecho constituye la auténtica y plena irrupción del Amor infinito en la historia de la humanidad, cuyo significado y repercusiones jamás podrán ser ponderadas del todo, no, por lo menos, hasta el final de los tiempos.
Volviendo al pasaje bíblico que nos ocupa -el encuentro de la Virgen María con el ángel-, es claro también que el porvenir no se le presentaba libre de dificultades a la Madre de Dios. Ya para ese momento, María estaba comprometida con José y era obvio que lo planeado hasta ese momento sería alterado. No resulta difícil pensar que ese plan tendría que ser dejado de lado. Además, principalmente, María era conocedora de las profecías sobre el Mesías, así que era muy consciente de que muchas dificultades e incertidumbres habrían de aparecer.