San Bernardo de Claraval fue un monje francés que vivió entre los siglos XI y XII. Fue una de las figuras más relevantes de su tiempo, y su contribución a la teología y espiritualidad católicas ha sido determinante, especialmente en lo que respecta a la piedad hacia la Virgen María. Fundó cerca de 300 monasterios y consiguió que 900 hombres profesaran sus votos de fe.
La tradición lo ha llamado ‘cazador de almas y vocaciones’ y ‘oráculo de la cristiandad’; y las razones para esto son múltiples, aunque generalmente concurren en torno a su fortaleza de carácter y su aguda inteligencia.
Bernardo fue el primer y más famoso abad del monasterio de Claraval, célebre abadía cisterciense por su influencia cultural y sus abundantes frutos de santidad. En ese sentido, Bernardo es reconocido como uno de los grandes impulsores del renacimiento de la vida monástica a inicios del segundo milenio.
Poseedor de un gran celo por la verdad y de una notable capacidad de persuasión, Bernardo fue también un hombre de voluntad férrea. Y es en este punto donde no se debe prescindir, si queremos conocer al santo, de la capacidad de su fe para encender su corazón apasionado: Bernardo fue fundamentalmente alguien que supo poner sus dones y habilidades al servicio del Evangelio. Fue un hombre de servicio y de entrega a los demás. Libró numerosas batallas intelectuales y convirtió a muchos a Cristo, incluyendo a varios miembros de su propia familia.
Fue consejero de reyes y papas, escribió varios libros y es el autor de una de las oraciones a la Virgen María más hermosas que existen.
Milagros de San Bernardo
La prédica de San Bernardo era en general acompañada de gran número de milagros. Libraba a poseídos del demonio, restituía la vista a los ciegos, el movimiento a los paralíticos, la voz a los mudos, la audición a los sordos. El cardenal d’Albano, sujeto a fuertes fiebres, fue curado bebiendo el agua que fue pasada en un plato donde comiera el Santo.
Prácticamente no podía andar sin ser seguido por una multitud de enfermos y de sanos que querían tocarlo.
Tenía que hablar a la multitud desde una ventana, para protegerse.
Historia de San Bernardo
Bernardo de Fontaine nació en 1090 en el castillo de Fontaine-les-Dijon, ubicado en la región de Borgoña (Francia). Su familia pertenecía a la nobleza gala. Desde niño tuvo una relación muy estrecha con su madre. Ella decía que, estando embarazada, había tenido una visión sobre la vida de su hijo como un santo. Bernardo era un niño sensible y habitualmente reservado. Recibió una esmerada educación, al igual que sus hermanos.
Cuando murió su madre, el pequeño Bernardo dirigió la mirada hacia la Virgen María, fuente de sus consuelos y por quien profesó una fuerte devoción toda su vida. Expresión de ese cariño especial a la Madre de Dios es el “Acordaos”, una de sus oraciones marianas más hermosas jamás escritas.
La noche de Navidad del año 1111, Bernardo se quedó dormido. En sueños se le apareció la Virgen llevando al Niño Jesús en brazos y mirándolo se lo ofreció para que lo amara e hiciera que otros lo amen también. Después de aquel sueño decidió consagrarse a Dios y alcanzar la santidad.
En 1112 Bernardo ingresó al monasterio cisterciense de Citeaux. En aquel momento, el monasterio se había convertido en centro de un movimiento de renovación eclesial impulsada por la idea de ‘una vuelta a los orígenes’: allí se practicaba con rigor la regla de San Benito (regla instituida por San Benito de Nursia en el siglo VI).
El empeño que puso Bernardo para alcanzar la santidad a través del espíritu originario de la vida monacal hizo que sus superiores confiaran en él para liderar un proyecto ambicioso. Con solo 25 años fue enviado a fundar, con otros doce monjes, un nuevo monasterio en Champagne, al que llamó “Clairvaux” -es decir, Claraval, que en francés significa “valle claro”-. El primer abad sería él.
Bernardo llevaba una vida rigurosa y exigente. Su oración constante y su preocupación por ser fiel a Cristo en todo atrajo a muchos a la vida monástica. Se ganó el apelativo de “el cazador de almas y vocaciones”. Bernardo visitó y predicó en escuelas, universidades, pueblos y campos para hablar sobre las bondades de la vida religiosa.
Uno de sus discípulos, Bernardo de Pisa, llegó a ser papa, con el nombre de Eugenio III.
San Bernardo se hizo consejero de príncipes y obispos, quienes le pedían luces sobre los asuntos más importantes gracias a su rectitud de pensamiento y sabiduría. Por eso, lo terminaron llamando «el oráculo de la cristiandad».
Bernardo murió el 21 de agosto de 1153, a los 73 años, tras haber sido abad durante casi cuatro décadas. Fue canonizado el 18 de enero de 1174 por el Papa Alejandro III y proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa Pio VIII en 1830.
San Bernardo es el patrono de los cistercienses. También lo es de diversos lugares como la región de Borgoña (Francia), Gibraltar, Algeciras. Es patrono del Queens’ College de la Universidad de Cambridge, de la Catedral de Speyer (Espira, Alemania) y de los apicultores y fabricantes de velas. En América Latina es patrono de la región de Salta (Argentina).
Cada 20 de agosto la Iglesia Católica celebra a San Bernardo de Claraval.
ORACIÓN DE SAN BERNARDO
¡Oh tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, no desvíes los ojos de la luz de esta estrella!.
Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se interpone en tu camino, mira la estrella, invoca a María.
Si eres balanceado por las olas del orgullo, de la ambición, de la maledicencia, de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros, sacuden la frágil embarcación de tu alma, levanta los ojos a María.
Si, perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de las torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del Juicio, comienzas a arrastrarte por el torbellino de la tristeza, a dejarte despeñar en los abismos de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.
Que su nombre nunca se aleje de tus labios, jamás abandone tu corazón;
y para alcanzar el socorro de su intercesión, no olvides los ejemplos de su vida.
Siguiéndola no te extraviarás; rezándole, no desesperarás; pensando en Ella evitarás todo error.
Si Ella te sustenta, no te caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer;
si Ella te conduce no te cansarás, si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.
Y así verificarás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho:
“Y el nombre de la Virgen era María”.
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!,
que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes,
y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos.
Madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien,
escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.