La reelaboración de las propias vivencias a través del relato supone una acción terapéutica que han probado tanto la medicina narrativa como grandes autores. Por ejemplo, el escritor suizo Robert Walser decía que se curaba cuando escribía.
El escritor suizo, que pasó gran parte de su vida en instituciones de salud mental, dijo que mientras escribía a lápiz en su letra microscópica sentía que se curaba. Escribía en los márgenes de las facturas, en los sobres, en hojas de revistas. Antes de las internaciones, antes de sus crisis, Walser ya escribía, ya había publicado.
Conocía la potencia del lenguaje; podía darle cauce a su sensibilidad a partir del uso de la palabra. «Se entregó a esa práctica como quien se entrega a la ingeniería de un mandala, algo sanador», dice Vanesa Guerra, escritora y psicoanalista, autora de Walser, traductor del limbo.
No fue el único escritor que encontró -al menos en ráfagas- cierta posibilidad de sanación en la escritura. Pero ¿qué pasa con el resto de los mortales? ¿Puede la escritura ser un camino posible para superar temores, transitar duelos o incluso sanar enfermedades?
Las experiencias que vinculan la escritura con la posibilidad de sanar heridas son muchas. Algunos talleres en instituciones de salud y cárceles se centran en la poesía, en la capacidad liberadora de la palabra poética. Basta con buscar la charla TED de la escritora y coordinadora de talleres Cristina Domenech para entender lo que significa «que la poesía entre en la cárcel» o recordar la importancia que tuvo Yo No Fui, el taller de poesía en la cárcel de Ezeiza que comenzó de la mano de María Medrano en 2002 y que dio como resultado, a lo largo de los años, todo un colectivo artístico.
Otras experiencias, como la que propone la medicina narrativa -una práctica que empezó en la Universidad de Columbia-, se centran en el acto de narrar vinculado a patologías físicas, muchas veces crónicas. El médico trabaja con la oralidad, escuchando de manera activa el relato del paciente, pero también invitándolo a escribir expresivamente. Según publicaciones de Journal of the American Medical Association, este ejercicio ha probado tener efectos concretos en enfermedades como el asma.
En los hospitales
«No hay nada fuera del lenguaje en el mundo humano», dice Jorge Janson, médico, que junto con Silvia Carrió dirige desde 2010 un curso de habilidades narrativas para profesionales de la salud en el Hospital Italiano. «Detenerse a escribir a través de un relato lo que nos pasa supone hacer una pausa, elegir una palabra sobre otra. Es interesante pensar la escritura como lo hace el filósofo Gilles Deleuze, como una urdimbre que despliega en lugar de cerrar, en la que siempre hay finales alternativos, en la que uno se puede preguntar, qué pasaría si? Eso da la posibilidad de poner en remojo determinado problema».
Para poder ofrecer esta terapia, Beatriz Carballeira, coordinadora de clínica médica del Hospital El Cruce, de Florencio Varela, brinda hace tres años capacitación a médicos y residentes. Durante dos horas semanales se ejercita la sensibilidad de los profesionales a través de la lectura de ficción y de poesía. Luego los residentes son invitados a escribir las historias de los pacientes. Es a partir de esta representación -a través del lenguaje escrito- que logran aprender lo que hay detrás de cada paciente, lo que el dolor de cada uno tiene para decir; se abren, así, otras formas de acercamiento a la enfermedad.
«Escribir ayuda a tomar distancia, a mirarse a uno mismo desde una perspectiva externa, te saca de la pura racionalidad», dice Fabiana Fondevila, autora de Prácticas para cultivar lo sagrado en la vida cotidiana, que saldrá en mayo por Random House. A modo de muestra propone un ejercicio: escribir la propia historia a partir de la matriz del mito.
«Todos pensamos nuestra vida en términos de historias y de mitos. Los pueblos originarios explicaban el mundo a partir de ellos. Hoy el mito ya no tiene ese rol, pero los motivos míticos siguen desplegándose en nuestra vida. Se puede tomar, por ejemplo, la estructura del viaje del héroe. Nos va a permitir encontrar un hilo conductor: las dificultades que nos suceden dejan de ser producto de nuestra mala suerte para formar parte de un camino, de esas pruebas de las que habla Joseph Campbell. Si hay viaje del héroe, hay también, al final de la travesía, un tesoro. Cada uno tendrá que encontrar cuál es».
Esto permite que quien realiza el ejercicio descubra cuáles son las preguntas fundamentales que se está haciendo: ¿la narración escrita trata sobre la búsqueda del amor? ¿De una vocación? ¿Habla de un momento de sequía creativa?
Reescribir el recuerdo
Escribir, sin más, no abre caminos; es la elaboración de la vivencia a través de la palabra lo que puede ser una vía liberadora.
«Decir a la ligera que escribir sana sería muy parecido a decir que hablar sana, y no es así», explica Guerra. «Aquel que hace catarsis no sana nada. Para modificar una historia, la operación es más compleja. Debe haber una elaboración de los sucesos vividos en la que la memoria pueda expresarse de modo múltiple. Es ahí, cuando modificás la historia, que podés agregar historia».
¿Y los escritores? ¿Le conceden a la palabra un poder terapéutico? «Nunca encontré en la escritura ese poder reparador o sanador que otros han encontrado -dice Martín Sivak, autor de El salto de papá, que lleva ocho ediciones-. En todo caso, la escritura me permitió organizar la historia de mi padre y nuestra familia. Por momentos parecía lejana y por otros, demasiado presente». En su libro, Sivak hace una suerte de montaje, transcribe mails, cartas, desgraba la voz de su padre en el grupo de estudio al que asistía. Es decir, reescribe el material de una determinada manera y así reescribe también el recuerdo.
La lista de escritores que han trabajado con una experiencia propia de pérdida es larga. Entre ellos están Paul Auster con La invención de la soledad, Joan Didion con El año del pensamiento mágico y John Berger con Rondó para Beverly. Aunque cada uno narra detalles que hace a su experiencia privada, en algún punto quizás medular se vinculan con lo que plantea Fondevila. Se trata, en todos los casos, del relato de un duelo. Esto, que puede parecer un lugar común, una apreciación menor, no lo es. Por el contrario, quizás sea el nudo de la cuestión, lo que hace a la empatía que estos libros generan con el lector. Juega su parte, por supuesto, la apreciación literaria, el análisis de la forma y las operaciones que el campo literario haga sobre estas obras para incorporarlas o dejarlas a un lado. Pero esto sería materia de otra nota.
La escritura puede llevarnos muy lejos. Pero siempre está ahí, al alcance de la mano, como un camino posible para entender aquello que, a veces, resulta difícil de entender.
Fuente: Carolina Esses