Sábado Santo: significado espiritual de la Vigilia Pascual y el encuentro con la Luz de Jesús

Sábado Santo es día de silencio y de espera. Jesús, que compartió toda experiencia humana, pasa por la experiencia de la muerte. Con esperanza estamos junto al sepulcro, confiando en que la muerte no tendrá la última palabra. Ninguna celebración se realiza en este día. Será recién por la noche, entre el sábado y el domingo, la que nos permitirá celebrar el retorno de Jesús a la vida.

Durante el Sábado Santo, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y su Muerte, y se abstiene de celebrar el sacrificio de la Misa, manteniendo el altar sin manteles hasta que, después de la solemne Vigilia o espera nocturna de la Resurrección, dé lugar a la alegría pascual cuya plenitud extenderá a lo largo de cincuenta días hasta Pentecostés.

En este día, la comunión sólo puede darse a modo de viático.

En la solemne Vigilia Pascual, toda la Iglesia se alegra y canta con el triunfo de Jesús. En él, Dios Padre nos ha mostrado su voluntad de que la muerte no tiene la última palabra. Por eso, ésta es la noche para regocijarnos en el amor de Dios, amor que siempre quiere la vida, la libertad y la alegría. Muchos gestos acompañan el festejo de esta noche: el fuego de la luz nueva, el agua de la vida nueva, la Palabra, la eucaristía, el pregón pascual; en fin, todo aquello con lo cual queremos alabar a Dios y renovar nuestra vida de hijos e hijas de Dios.

Las distintas lecturas del Antiguo Testamento nos llevan a contemplar la obra del Padre a través de la historia. Él estuvo siempre presente con su voluntad de salvar a la humanidad. Salvar del pecado, de la opresión, de la desesperanza. Él dio siempre su Palabra para que su pueblo viva, y fue generoso al regalarnos su gracia. La resurrección de su Hijo Jesús y el don del Espíritu son su regalo más grande.

BENDICIÓN DEL FUEGO

Oremos. Señor, Padre nuestro, por medio de tu Hijo que es la luz del mundo, has dado a los hombres la claridad de tu luz. Dígnate bendecir + esta llama que brilla en la noche y enciende en nosotros durante estas fiestas pascuales, un deseo tan grande del cielo, que podamos llegar con un corazón limpio a las fiestas de la eterna luz. Por Jesucristo nuestro Señor.

El sacerdote enciende el cirio, valiéndose del fuego recién bendecido, mientras dice:

La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu.

PROCESIÓN

En la procesión que iniciamos, Jesucristo nos precede como Luz que guía. Por eso toda nuestra celebración estará presidida por el cirio pascual, símbolo de Cristo Resucitado.

La luz de Cristo.

Y la asamblea contesta:

Demos gracias a Dios.

Todos avanzan hacia el templo totalmente a oscuras, precedidos por el diácono (o el sacerdote) con el cirio pascual. En la puerta de la iglesia, el diácono se detiene y, levantando el cirio, vuelve a cantar:

La luz de Cristo.

Y la asamblea contesta:

Demos gracias a Dios.

Todos encienden sus velas de la llama del cirio pascual, y entran en la iglesia.

Cuando ha llegado frente al, altar, el diácono se vuelve hacia la asamblea, y levantando de nuevo el cirio, canta por tercera vez:

La luz de Cristo.

Y asamblea contesta:

Demos gracias a Dios.

Se encienden entonces todas las luces en la iglesia, excepto los cirios del altar, y se da inicio al pregón pascual.

LITURGIA DE LA PALABRA

En esta Vigilia, madre de todas las Vigilias, se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo (epístola y evangelio).

Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote se dirige al pueblo con estas palabras u otras semejantes:

Hermanos: Después de comenzar solemnemente esta Vigilia, escuchemos con atención la Palabra de Dios que nos relata cómo el Señor salvó a su pueblo en el transcurso de su historia y finalmente envió a su Hijo para redimirnos. Oremos para que nuestro Dios lleve a su plenitud la redención obrada por el misterio pascual.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 6, 3-11
Hermanos:
Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su
muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo
fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en una vida nueva.
Porque, si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará
también en una resurrección como la suya.
Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo,
quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y nosotros libres de la
esclavitud al pecado; porque el que muere ha quedado absuelto del pecado.
Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues
sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la
muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de
una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.
Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo
Jesús.

 

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 28, 1-10
En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la
Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra,
pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó
encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas
temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:
—Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado.
No, está aquí: HA RESUCITADO, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e
id aprisa a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de
vosotros a Galilea. Allí lo veréis.» Mirad, os lo he anunciado.
Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría
corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
—Alegraos.
Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies.
Jesús les dijo:
—No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me
verán.

 

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Padre, infúndenos tu espíritu de caridad para que saciados por ti con los sacramentos pascuales, permanezcamos unidos con la gracia de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor.

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