Por Sathya Sai Baba
Cierta vez, Krishna Chaitanya [N. del E.: Nimay o Chaitanya Mahaprabhu, santo hindú del siglo XV] estaba bailando y cantando en éxtasis, totalmente inmerso en la contemplación del Señor cuando entró en Navadhveep, donde los líderes de la ciudad se unieron a él en sus bhajans con igual devoción. Un ladrón también se sumó al grupo. Había sido ladrón toda su vida y era muy mentiroso. Se unió a la danza y pensó que, ya que había muchos hombres ricos en el grupo, totalmente concentrados en sus cantos y bailes, él podría fácilmente hurtar algo de sus bolsillos. Aunque esta era su intención, sucedió algo muy distinto. En el momento en que se sumó al devoto grupo, se olvidó de sí mismo por completo y empezó a cantar y bailar con gran fervor.
Después que los otros se hubieron marchado, se sentó aparte por un momento, observando a Chaitanya. Un pequeño grupo de niños estaba escuchando el discurso de Chaitanya. El ladrón corrió hacia este y le dijo:
—¡Swami! Les estás dando consejos a muchas personas. Por favor, impárteme un nombre sagrado.
—Dime primero quién eres y cuál es la historia de tu vida —respondió Chaitanya—. Entonces te daré un mensaje.
—¡Swami!, yo soy un ladrón —confesó el hombre—. He llevado una vida de robos y mentiras. Mi nombre es Rama. La gente me llama Rama, el ladrón.
—¡Qué lástima! —exclamó Chaitanya—. Sin embargo, voy a darte un mensaje. ¿Qué me darás como gurudakshina (ofrenda al preceptor)?
—Te daré una parte del botín que obtenga de mis robos —respondió el ladrón.
—No, no necesito nada de eso —repuso Chaitanya—. Dame como ofrenda la promesa de que no vas a volver a cometer un solo hurto en el futuro.
Entonces, el ladrón le respondió:
—¡Swami! Estoy dispuesto a ofrecerte cualquier cosa, pero no puedo prometerte que dejaré de robar.
—Entonces —le dijo Chaitanya— te impartiré el nombre sagrado con una condición: que antes de entrar en cualquier lugar que escojas para robar, recites el nombre sagrado 108 veces.
Chaitanya atrajo hacia sí al ladrón, cuyo corazón se había ablandado mucho después de escuchar las palabras del santo.
Conversar con una persona santa quita la aflicción (sambhashanam samkata nashanam). El ladrón se iba librando del temor. Se acercó más a Chaitanya. El contacto con una persona santa lo libra a uno de los efectos de las acciones pasadas (sparsanam karma vimochanam). Chaitanya sostuvo la cabeza del ladrón y murmuró tres veces en su oído el mantra: “Om Namo Bhagavate Vasudevaya”.
La mera visión (darshanam) de Chaitanya destruyó los pecados cometidos por el ladrón. Sus palabras dispersaron la preocupación que este sentía. Cuando el santo lo tocó, lo liberó de las ataduras de sus acciones pasadas.
El ladrón regresó con el corazón purificado. Cuando salía, vio una gran cantidad de gente que iba hacia Chaitanya. Había muchas personas ricas. El ladrón pensó que sería una buena ocasión para entrar en sus casas a robar. El hombre más rico del lugar había llevado a su esposa y a sus hijos a ver a Chaitanya, y había dejado su casa sin vigilancia. El ladrón se dirigió a esa casa, entró y halló el lugar donde estaban guardadas todas las cosas valiosas.
Vio gemas de todas clases. Estaba decidido a no tocar ninguna de las joyas hasta que hubiera terminado la repetición del mantra que le había dado Chaitanya. Pero, antes de que finalizara la recitación, el dueño de casa y otros regresaron.
La señora de la casa, que se había puesto todas sus joyas, quiso volver a colocarlas en la caja fuerte. Entonces vio a un extraño que parecía estar en profunda meditación. Pensó que debía de ser algún gran sabio que había entrado en la casa en su ausencia y estaba meditando sobre Dios. Ella llamó a su esposo. El extraño continuaba inmerso en su meditación. No parecía ser un ladrón. Pensaron que era alguna persona santa que había honrado su hogar con su visita. Todos ellos empezaron a ofrecerle reverencia y se postraron ante él. Creyeron que, siguiendo al santo Chaitanya, otras personas santas también estaban visitando su pueblo.
Mientras tanto, al completar la recitación del mantra, el ladrón abrió los ojos y, para su sorpresa, encontró un gran grupo de personas paradas reverentemente delante de él. El señor de la casa le preguntó:
—¡Oh, Señor! ¿Quién eres? ¿De dónde has venido? Hemos sido santificados por tu visita. Por favor, toma tu alimento en nuestro hogar y redime nuestras vidas haciéndonos este honor.
Un gran cambio se produjo en el ladrón, que pensó: “Si la mera recitación del nombre del Señor puede traerme tanto honor y respeto, aunque había venido aquí sólo a robar, ¿cuántas cosas más grandes pueden estar esperándome si recito genuinamente el nombre del Señor por sí mismo? Puedo llegar a la más alta posición por la gracia del Señor”. En ese mismo momento decidió abandonar la vida de latrocinio. Se postró ante el dueño de la casa y su esposa, y dijo:
—¡Madre! Permítanme decirles la verdad. Yo soy un ladrón. Déjenme ir a la selva. Pasaré el resto de mis días contemplando a Dios y llevando la vida de un verdadera asceta.
Al escuchar sus palabras sinceras, los ancianos presentes quedaron profundamente conmovidos y decidieron llevarlo en un palanquín en procesión por el pueblo y dejarlo en la selva, tal como lo había pedido. Tiempo después, el hombre fue a ver a Chaitanya y, reverentemente, le pidió que lo bendijera para que pudiera volverse un verdadero sabio digno del respeto del pueblo.
Fuente: Mensajes de Sathya Sai, Tomo 20 cap. 12 (Discurso año 1987)