En la Navidad, la Cristiandad celebra el nacimiento de Jesús, la sublime decisión de Dios de encarnar como un ser humano para redimir a todos aquellos dispuestos a creer y obrar en consecuencia.
La figura del Avatar, presente en la antigua tradición arya y que llega a nosotros a través del hinduísmo, ayuda a comprender esta creencia cristiana que afirma que Dios puede encarnar entre los hombres. Ese mismo Dios trascendente y distante para las culturas semitas, puede decidir nacer como un ser humano para ayudar a la Humanidad descarriada a retornar a sus fuentes y evitar así perderse en el camino.
“Siempre que la rectitud decae y aumenta la injusticia, Yo me manifiesto. Para la protección de los virtuosos, la destrucción de los viciosos y el restablecimiento de la rectitud, Yo encarno de era en era”, promete Krishna en el Bhagavad Gita (capítulo IV, 7-8). Los hindúes contaron así desde siempre con la promesa de Dios de acompañar a la Humanidad para evitar su autodestrucción.
Dice el Evangelio según San Juan: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella». (Juan 1, 1-5)
Cristo es descripto en este Evangelio como Logos Divino (Verbo, Segunda Persona de la Trinidad), como Dios, como Vida y como Luz. El mundo es a su vez descripto como un lugar de tinieblas, en el que los seres humanos sufren. Igual sentido usará en la India antigua el Buda al describir en sus Cuatro Nobles Verdades al mundo como una existencia atravesada por el sufrimiento de principio a fin: «El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento». A este tipo de existencia en el sufrimiento que todos los seres humanos experimentan lo llamó «samsara». La base de este sufrimiento es la ignorancia y el error visión, pensamiento, palabra, acto y modo de vida. A este estado de la Humanidad, que se manifiesta en cada persona que nace en este mundo, el cristianismo lo explicó con la idea de pecado original. Liberarse del samsara a través de alcanzar la Iluminación, propone el budismo. Liberarse del pecado y alcanzar la salvación a través de la fe en Cristo y una vida de santidad, propone el cristianismo.
«Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1, 9-13).
Dios nace entre los hombres, para que los hombres recuperen su dignidad como hijos de Dios y para que todos podamos ser luz en el mundo y sal de la Tierra.
El nacimiento de Cristo en un humilde pesebre representa el amanecer en el alma de la Luz de Dios, en el humilde espacio de nuestro corazón.
Fausto Miguel – Planeta Holístico