Angelología: El estudio de los ángeles. Oraciones para invocar ángeles y arcángeles. Descarga gratuita de libros

¿Qué son los Ángeles?

Un ángel es un ser sobrenatural, inmaterial o espiritual cuyos deberes son asistir y servir a Dios. Los ángeles son a menudo representados como mensajeros de Dios en la Biblia. Los Angeles son considerados como criaturas de gran pureza destinadas en muchos casos a la protección de los seres humanos. En este sentido, en el catolicismo, se habla del ángel de la guarda o ángel custodio, que sería aquel que Dios tiene señalado a cada persona para protegerla. Por contraposición, también existe la figura del ángel caído, aquel que ha sido expulsado del cielo por desobedecer o rebelarse contra Dios. Los ángeles más conocidos en el cristianismo son: San Miguel, San Gabriel, San Rafael, San Sebastián Pinto.

En el cristianismo medieval, el término ángel hace referencia a la categoría más inferior de las nueve, en que tradicionalmente se dividen los seres angélicos. La rama de la teología que se ocupa de los ángeles se denomina angelología.

Con referencia a los Ángeles en el Catecismo de la Iglesia Católica en particular se afirma que:”Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son llamados “hijos de Dios”) y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el del mismo Jesús (cf Lc 1, 11.26)”.”De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce «a su Primogénito en el mundo, dice: “adórenle todos los ángeles de Dios”» (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: “Gloria a Dios…” (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes “evangelizan” (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9)”; y además:” De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25)”. “En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo (cf Misal Romano, “Sanctus”)”; “Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia de los ángeles “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida” (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios”.

En varias oportunidades el Papa Francisco dedicó algunas reflexiones a la importancia de los Ángeles de la Guarda, también llamados Ángeles Custodios, cuya fiesta se celebra el 2 de octubre. En el año 2014, el Papa Francisco expresó durante la homilía de la Misa en la Casa de Santa Marta que el Ángel Guardián sí existe, no es una fantasía sino un compañero que Dios ha puesto a cada uno en el camino de la vida: “Esta no es una doctrina sobre los ángeles un poco fantasiosa: no, es realidad. Lo que Jesús, lo que Dios ha dicho: ‘Yo envío un ángel ante ti para custodiarte, para acompañarte en el camino, para que no te equivoques’”.

La palabra española “ángel” procede del latín angĕlus, que a su vez deriva del griego ἄγγελος ángelos, ‘mensajero’.​ La palabra hebrea más parecida es מֵלְאָךְ mal’ach, que tiene el mismo significado. El término ángel también se usa en la Biblia para las siguientes tres palabras hebreas:

  • אביר abbir (literalmente ‘poderoso’), en el Libro de los Salmos (78:25).
  • אלהים Elohim (‘dioses’ o plural mayestático de Dios, según los autores), en Salmos (8:5).

Oración tradicional al Ángel de la Guarda

Ángel de la Guarda, dulce compañía,
No me desampares, ni de noche ni de día,
hasta que me pongas en paz y alegría
con todos los santos, Jesús, José y María.

Niño Jesús ven a mi cama,
Dáme un besito
Y hasta mañana

Otra versión:

Ángel de mi Guarda, dulce compañía,
No me desampares, ni de noche ni de día,
si me dejas solo(a), qué será de mí,
angelito mío, ruega a Dios por mí.

Himno de laudes al Ángel de la guarda

Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día.
Aunque espíritu invisible, se que te hallas a mi lado, escuchas mis oraciones y cuenta todos mis pasos.
En las sombras de la noche, me defiendes del demonio, tendiendo sobre mi pecho tus alas de nácar y oro. Ángel de Dios, que yo escuche tu mensaje y que lo siga, que vaya siempre contigo hacia Dios, que me lo envía. Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu fiel custodia, gracias por tu compañía. En presencia de los Ángeles, suba al cielo nuestro canto: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Amén.

Oración al Arcángel Miguel

La Oración al Arcángel Miguel fue compuesta por el Papa León XIII, después de que él tuvo una visión de la batalla entre la “mujer vestida de sol” y el gran dragón que intentó devorar a su hijo al nacer, indicada en el libro de Apocalipsis, capítulo 12

En 1886, el Papa decretó que esta oración fuese recitada al final de la Santa Misa por toda la Iglesia universal

Esta práctica de invocación a San Miguel Arcángel se celebró hasta que ocurrió el Concilio Vaticano II, cuyo mandato de recitar esta oración al finalizar la misa fue revocado, aunque igual los fieles podían continuar con esta devoción pero de manera privada

San Juan Pablo II y la oración a San Miguel Arcángel

En 1994, durante el Año Internacional de la Familia, el Papa San Juan Pablo II pidió a todos los católicos que rezaran esta oración diariamente. Él advirtió que el destino de la humanidad estaba en grave peligro

A pesar de que San Juan Pablo II no ordenó que la oración fuese pronunciada después de la Santa Misa, exhortó a todos los católicos a rezarla juntos para superar las fuerzas de la oscuridad y el mal en el mundo.

La Mujer vestida de Sol

En su mensaje durante la oración del Ángelus, dado en la Plaza de San Pedro, el domingo 24 de abril de 1994, poco antes de la Conferencia de las Naciones Unidas en El Cairo, San Juan Pablo II habló de “la mujer vestida de sol”, de la que se hacía mención en la visión apocalíptica de San Juan, con el dragón a punto de devorar a su hijo recién nacido (Ap. 12,1-4)

El Santo Padre dijo en aquel entonces que en nuestro tiempo “todas las amenazas acumuladas a la vida” son colocadas ante la Mujer, y nosotros debemos dirigirnos a la “Mujer vestida de sol” para superar todas estas trampas”.

Este mensaje animó al pueblo católico para que nuevamente invocaran a San Miguel Arcángel a través de la oración que el Papa León XIII había compuesto.

“Que la oración nos fortalezca para la batalla espiritual de la que se nos dice en la Carta a los Efesios: Fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio”. (Efesios 6,10-11)

“Esta es la misma batalla a la que El Libro de la Revelaciones [Apocalipsis] hace mención, recordando ante nuestros ojos la imagen de San Miguel Arcángel (cf. Apocalipsis 12,7)”.

“El Papa León XIII sin duda tenía una visión muy vívida de esta escena cuando, al final del siglo pasado, introdujo una oración especial a San Miguel Árcangel en toda la Iglesia. Incluso si esta oración ya no se recita al final de cada misa, nosotros podemos recordar este llamado a la lucha espiritual y recitarla para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de la oscuridad y en contra del enemigo malo”.

Oración a San Miguel Arcángel

San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla,
sé nuestro amparo contra la perversidad y las asechanzas del Demonio.
Reprímale Dios pedimos suplicantes;
y tú, príncipe de la milicia celestial,
arroja al infierno con tu divino poder a Satanás
y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.
Amén

Oración poderosa a los Ángeles y Arcángeles

¡Dios Uno y Trino, Omnipotente y Eterno! Antes de recurrir a tus siervos, a los santos ángeles, nos postramos ante tu presencia y te adoramos: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Bendito y alabado seas por toda la eternidad.

Dios santo, Dios fuerte, Dios inmortal: que todos los ángeles y hombres, que Tú creaste, te adoren y amen y permanezcan a tu servicio.

Y tú, María, Reina de todos los ángeles, acepta benignamente las súplicas que te dirigimos; preséntalas ante el Altísimo, tú que eres la mediadora de todas las gracias y la omnipotencia suplicante para que obtengamos la gracias, la salvación y el auxilio.

Amén.

Poderosos santos ángeles, que por Dios nos fueron concedidos para nuestra protección y auxilio, en nombre de la Santísima Trinidad les suplicamos:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos en nombre de la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos por el poderoso nombre de Jesús:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos por todas las llagas de nuestro Señor Jesucristo:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos por todos los martirios de nuestro Señor Jesucristo:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos por la palabra santa de Dios:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos por el Corazón de nuestro Señor Jesucristo:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos en nombre del amor que tiene Dios por nosotros los pobres:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos en nombre de la fidelidad de Dios por nosotros los pobres:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos en nombre de la misericordia de Dios por nosotros los pobres:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos en nombre de María, Madre de Dios y nuestra madre:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos en nombre de María, Reina del Cielo y de la Tierra:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos en nombre de María, su Reina y Señora:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos por su bienaventuranza:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos por su fidelidad:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos por su lucha en defensa del Reino de Dios:

¡Vengan de prisa, ayúdenos!

Les suplicamos:

¡Protéjannos con su escudo!

Les suplicamos:

¡Defiéndanos con su espada!

Les suplicamos:

¡Ilumínennos con su luz!

Les suplicamos:

¡Sálvennos bajo el manto protector de María!

Les suplicamos:

¡Guárdennos en el Corazón de María!

Les suplicamos:

¡Confíennos a las manos de María!

Les suplicamos:

Muéstrennos el camino que conduce a la puerta de la vida: ¡el Corazón abierto de nuestro Señor!

Les suplicamos: ¡Guíennos con seguridad a la casa del Padre celestial!

Todos ustedes, nueve coros de los espíritus bienaventurados:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Compañeros especiales y enviados por Dios:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

Insistentemente les suplicamos:

¡Vengan de prisa, ayúdennos!

La preciosa sangre de nuestro Señor y Rey fue derramada por nosotros los pobres.

Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!

El Corazón de nuestro Señor y Rey late por amor a nosotros los pobres.

Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!

El Corazón Inmaculado de María, Virgen purísima y Reina de ustedes late por amor a nosotros los pobres. Insistentemente les suplicamos: ¡vengan de prisa, ayúdennos!

San Miguel Arcángel: Tú, príncipe de los ejércitos celestiales, vencedor del dragón infernal, recibiste de Dios la fuerza y el poder para aniquilar, por la humanidad, la soberbia del príncipe de las tinieblas. Insistentemente te suplicamos que nos alcances de Dios la verdadera humildad de corazón, una fidelidad inquebrantable en el cumplimiento continuo de la voluntad de Dios y una gran fortaleza en el sufrimiento y en la penuria. Al comparecer ante el tribunal de Dios, ¡ayúdanos a no desfallecer!

San Gabriel Arcángel: Tú, ángel de la encarnación, mensajero fiel de Dios, abre nuestros oídos para que puedan captar hasta las más suaves sugerencias y llamadas de la gracia que emanan del Corazón amabilísimo de nuestro Señor. Te suplicamos que estés siempre junto a nosotros, para que comprendamos bien la palabra que Dios quiere de nosotros. Haz que estemos siempre disponibles y vigilantes, que el Señor, cuando venga, no nos encuentre durmiendo.

San Rafael Arcángel: Tú que eres lanza y bálsamo del amor divino, te rogamos, hiere nuestro corazón y deposita en él un amor ardiente de Dios. Que la herida no se apague, para que nos haga perseverar todos los días en el camino del amor. ¡Que ganemos por el amor!

Ángeles poderosos y hermanos santos nuestros que sirven frente al trono de Dios, vengan en nuestro auxilio.

Defiéndannos de nosotros mismos, de nuestra cobardía y tibieza, de nuestro egoísmo y ambición, de nuestra envidia y falta de confianza, de nuestra avidez en busca de la abundancia, del bienestar y la estima pública.

Desaten nuestras esposas del pecado y el apego a las cosas terrenas. Quítennos la venda de los ojos que nosotros mismos nos hemos puesto y nos impiden ver las necesidades de nuestro prójimo y la miseria de nuestro ambiente, porque estamos encerrados en una morbosa complacencia de nosotros mismos.

Claven en nuestro corazón el aguijón de la santa ansiedad por Dios, para que no cesemos de buscarlo, con ardor, contrición y amor.

Contemplen la sangre del Señor, derramada por nuestra causa.

Contemplen las lágrimas de su Reina, derramadas por nuestra causa

Contemplen en nosotros la imagen de Dios, desfigurada por nuestros pecados, que Él por amor imprimió en nuestra alma.

Ayúdennos a reconocer a Dios, adorarlo, amarlo y servirlo.

Ayúdennos en la lucha contra el poder de las tinieblas que, enmascaradamente, nos envuelve y aflige.

Ayúdennos, para que ninguno de nosotros se pierda, permitiendo así que un día nos reunamos todos, jubilosos, en la eterna bienaventuranza.

Amén.

San Miguel, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!

San Gabriel, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!

San Rafael, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!

Oh, Dios, que organizas de modo admirable el servicio de los ángeles y los hombres, haz que nos protejan en la Tierra aquellos que sirven en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, en la unidad del Espíritu Santo.

La Angelología. Historia de la angelología cristiana

a) La angelología cristiana tiene una prehistoria; este hecho reviste una importancia fundamental para comprender su esencia. Quizá sea exacto que ya en los más antiguos estratos del Antiguo Testamento está presente la fe en los ángeles. Pero allí es todavía tenue, y no queda elaborada hasta los escritos posteriores (Job, Zac, Dan, Tob). La fe en los ángeles nunca aparece como el resultado de una revelación histórica de la palabra divina a través de un suceso (como, p. ej., el pacto de la alianza). Los ángeles son presupuestos como algo que evidentemente existe, están simplemente ahí como en todas las religiones de los alrededores de Israel y se los experimenta sencillamente como existentes. De ahí que, en lo referente a su relación a Dios, su índole creada y su división clara en buenos y malos, la Escritura pueda esperar tranquilamente hasta un momento posterior a convertirlos en objeto de reflexión teológica, lo cual resultaría inexplicable si la existencia y naturaleza de los ángeles fuera una verdad directamente pretendida por la revelación de la palabra divina. Se ha intentado buscar auxilio en la afirmación de que la doctrina de los ángeles pertenece a los datos de la «revelación primitiva». Pero, aun cuando estuviéramos dispuestos a aceptar esto, habría que preguntar cuál es el presupuesto para el hecho de que esa revelación primitiva se mantuviera tan largo tiempo en forma adecuada, y continuara desarrollándose y, por cierto, esencialmente en igual manera dentro y fuera de la historia de la revelación propiamente dicha. La respuesta real a semejante pregunta demostraría seguramente que ese contenido de la tradición se transmite desde siempre y en todo momento, porque en cada instante puede surgir de nuevo. ¿Por qué no puede haber ninguna experiencia (que en sí todavía no signifique una revelación divina) de poderes personales extrahumanos, que no sean el mismo Dios?

Esta prehistoria del tratado muestra que la fuente originaria del auténtico contenido de la angelología no es la revelación de Dios mismo. En consecuencia, como ya hemos acentuado, el tratado siempre debe tener esto ante sus ojos. La revelación propiamente dicha, en el Nuevo Testamento particularmente (y en general allí donde ella surge con relación a los ángeles a través de la palabra de los profetas y de otros portadores primarios de la revelación o a través de la Escritura inspirada), tiene, sin embargo, una función esencial, a saber, la de seleccionar y garantizar. En virtud de esa función, la a. procedente de fuera, de la historia anterior a la revelación, es purificada y liberada de elementos inconciliables con lo auténticamente revelado (la unicidad y el verdadero carácter absoluto del Dios de la alianza y el carácter absoluto de Cristo como persona y como mediador de la salvación), y los elementos restantes quedan confirmados `como experiencia del hombre legítimamente transmitida, y así se conserva para él ese saber cono un momento importante de su existencia religiosa, el cual de otro modo podría perderse. Esto se pone también de manifiesto mediante observaciones particulares acerca de la Escritura: ausencia de una visión sistemática, descenso de ángeles vestidos de blanco, mención genérica como expresión de otras verdades más amplias y que tienen importancia religiosa (dominio universal de Dios, vulneración de la situación humana, etc.), desinterés por el número exacto de los ángeles y por su jerarquía, por su género y sus nombres, uso de ciertas representaciones recibidas y ajenas a la revelación, sin reflexionar sobre su sentido (ángeles como «psychopompoi», sus vestidos blancos, el lugar donde habitan), despreocupación con que se los menciona en cualquier contexto (p. ej., aparición junto con los cuatro animales apocalípticos, etc.).

b) La historia posterior de la angelología no vamos a exponerla aquí detalladamente. Resaltaremos solamente lo importante para nuestro planteamiento sistemático de la cuestión. La doctrina del magisterio de la Iglesia ha codificado el contenido real de la Escritura en lo relativo a los ángeles, limitándose con cautela a lo religiosamente importante « para nosotros y para nuestra salvación», y dejando todo lo sistemático al trabajo de la teología. Lo enseriado de una manera realmente dogmática es sólo la existencia de una creación espiritual constituida por ángeles (Lateranense iv, Dz 428; Vaticano i, Dz 1783); y eso como expresión de la fe en que, junto al único y absoluto Dios creador, no hay otra cosa que sus criaturas; y, bajo este presupuesto, se enseña también su inclusión en una historia libre y sobrenatural de salvación y de condenación (Dz 1001 hasta 1005).

Frente a representaciones judeo-apocalípticas y helenísticas de los ángeles, los padres de la Iglesia acentúan ya desde el principio el carácter creado de los ángeles, los cuales, por consiguiente, no han participado en la creación del mundo, como afirmaban distintas formas de la gnosis.

Angelología Medieval

El PseudoDionisio escribe hacia el año 500 el primer tratado sistemático, y en occidente es Gregorio Magno el que, siguiendo las huellas de Agustín, se ocupa detalladamente de los ángeles; los dos son fundamentales para la angelología medieval.

Esta fue elaborada:

1 °, bajo una valoración demasiado indiferenciada de los textos de la Escritura, sin atender con exactitud a su género literario, a su puesto en la vida y a su verdadera intención (p. ej., cuando los muchos nombres diferentes se convirtieron en otros tantos coros distintos de ángeles); y, en parte, descuidando datos importantes en el plano teológico y salvífico (la unidad natural entre el mundo terreno y el angélico no se planteó claramente como tema de estudio, siendo así que ella constituye el presupuesto de la unidad en la historia salvífica).

2 ° Usando pensamientos de sistemas filosóficos, cuyo origen y cuya legitimidad en una teología de la salvación no fueron examinados con suficiente precisión, de modo que aquí y allá resultan problemáticos. Desde el siglo vi se enseñó la pura «espiritualidad» de los ángeles, la cual pasó luego a ser en tal manera la columna clave de la angelología, que, teológicamente, tanto la unidad histórico-salvífica entre ángeles y hombres en la única historia de salvación del Verbo encarnado: como los presupuestos naturales de esa unidad, quedan relativamente oscuros (cuestión de si todos los ángeles pueden ser «enviados»; problema del momento de la creación de los ángeles, etc.).

La subordinación de la angelología a la cristología (que es tema explícito en Pablo) no recibió el debido peso teológico (todavía en la actualidad hay dogmáticas escolares – Schmaus es una excepción – donde la a. es concebida de una manera totalmente acristológica), si bien ese aspecto no estuvo totalmente ausente, p. ej., cuando (en Suárez, a diferencia de Tomás y Escoto) la gracia de los ángeles fue concebida como gracia de Cristo. En la edad media el ángel era muchas veces el lugar concreto para la elaboración metafísica de la idea de un ente finito, inmaterial y espiritual, entendido como forma subsistens, como substantia separata (siguiendo la filosofía árabe); y hemos de notar a este respecto que tales especulaciones, por útiles y apasionantes que teológicamente sean, conducen con frecuencia a estrechos callejones intelectuales (tales formae separatae se convierten casi en mónadas leibnicianas, que sólo con dificultad se someten a los datos teológicos). Así sucede también que la superioridad de la naturaleza angélica sobre la humana es afirmada con demasiada naturalidad, sin estudiar los matices, como consecuencia de un pensamiento neoplatónico con sus estratos y rangos. Lo cual resulta problemático si pensamos que la naturaleza espiritual del hombre, – implicando una transcendencia absoluta, la cual, por la visión de Dios, eleva a dicha naturaleza hasta su plenitud (indebida) y, por lo menos en Cristo, hasta una plenitud superior a la de los ángeles-, no puede ser calificada con tanta facilidad como inferior a la angélica (¿por qué el poder descender a mayores profundidades materiales, existiendo la posibilidad de un ascenso a una altura tan grande como la profundidad, debe ser ya el indicio de una naturaleza inferior bajo todo aspecto?). Si se alude a Sal 8, 6 y Heb 2, 7, no se puede pasar por alto 1 Cor 6, 8 y la doctrina paulina de la superioridad del Cristo encarnado sobre los ángeles y de la superioridad del cristiano sobre la ley proclamada por los ángeles (cf. también Ef 3, 10; 1 Tim 3, 16; 1 Pe 1, 12).

Naturalmente, lo auténticamente cristiano irá imponiéndose una y otra vez o, dicho de otro modo, la mediación jerárquica a través de estadios desde el Dios transcendente (el cual en el neoplatonismo es considerado como el supremo ente, en contraposición al ser realmente transcendente, que como tal está inmediatamente próximo a todas las cosas) será abandonada más y más.

3 ° Muchos puntos de la a. sistemática son simplemente una aplicación (en conjunto justificada, pero a veces realizada en forma demasiado simplista) a los ángeles de los datos de una antropología teológica, por la razón de que también ellos son criaturas espirituales y están llamados al mismo fin de la visión de Dios.

4 ° Sin tener en cuenta la posición especial de una antropología teológica – la cual, como autoposesión del sujeto que pregunta en la teología y a causa de la encarnación y de la gracia, para nosotros es en cierto sentido toda la teología-, en la usual dogmática escolar el tratado de la a. ocupa simplemente un capítulo y, por cierto, el primero que en la doctrina de la creación se expone después de haber hablado de la creación en general; y a la a. acostumbra a seguir otro capítulo sobre antropología
(cf., p. ej., PEDRO LOMBARDO, ir Sent. d. 1-11; TOMÁS, ST r q. 50-64; además q. 106-114, etc.).
En este procedimiento meramente aditivo no queda muy clara la función de la a. en una doctrina de la salvación humana.

5 ° Mientras en el tiempo postridentino empieza el estudio histórico-dogmático de la a. (Petavio), hasta hoy falta casi totalmente una reflexión explícita de la dogmática especulativa sobre la angelología.

La doctrina de los ángeles, aun reduciéndose a la medida en que real e ineludiblemente pertenece al mensaje cristiano (donde, evidentemente, ha de buscar su recto contexto), tropieza hoy con dificultades especiales. Primero, porque el hombre de hoy rehúsa injustamente el que se le conduzca más allá de un primitivo saber empírico; y, además, porque él cree que dentro del mismo conocimiento salvífico puede desinteresarse por completo de una eventual existencia de «ángeles», de los cuales se desentiende la piedad racional de nuestro tiempo. Finalmente, desde el punto de vista de la historia de la religión, añádase a esto la observación de que en el Antiguo Testamento la doctrina de los ángeles aparece relativamente tarde, como una especie de «inmigración desde fuera».

Ya de estas sencillas observaciones cabe deducir algunos principios de interpretación para una angelología:

a) Sin perjuicio de la personalidad substancial de muchos ángeles, no podemos ni debemos concebirlos antropomórficamente, sobre la base imaginativa de los puntos espaciales y temporales, y así representárnoslos como una suma de pequeños seres espirituales carentes de materia, los cuales, a semejanza de los «espíritus» en las sesiones espiritistas, actuarían caprichosamente (o en virtud de especiales «encargos» divinos) en el mundo material y humano, sin una relación verdaderamente interna, permanente y esencial al mundo. En cambio, los ángeles pueden ser concebidos como «poderes y fuerzas» que por esencia pertenecen al «mundo» (o totalidad de la creación espiritual y material con su proceso evolutivo), sin perjuicio de que sean «incorpóreos», lo cual, por otra parte, no significa carencia de relación al único cosmos material; pueden ser concebidos como principios creados, finitos, conscientes de sí mismos y, con ello, libres y personales, que entran en la estructura de órdenes parciales del universo.

Como tales, los ángeles no se hallan por principio substraídos al conocimiento natural y empírico (el cual no coincide sin más con la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales) y, por tanto, no constituyen un objeto cuyo descubrimiento esté de suyo inmediata y necesariamente vinculado a la revelación. Dondequiera que en la naturaleza y en la historia surgen órdenes o estructuras o unidades de sentido que, por lo menos para una valoración sin perjuicios de lo que allí se intuye, no se presentan ni como composiciones hechas desde abajo a base de un mecanismo meramente material, ni como planeadas y creadas por la libertad humana, y dado que esas unidades de sentido en la naturaleza y en la historia nos muestran como mínimo huellas de una inteligencia y una dinámica extrahumanas, está plenamente justificado el verlas soportadas y dirigidas por tales «principios». Pues es metódicamente falso el que corramos a interpretar esos complejos, esas unidades de sentido en la – naturaleza (cf. Ap 16, 5, etc.) y en la – historia («ángeles de los pueblos»: Dan 10, 13, 20s) como manifestaciones inmediatas del espíritu divino, sobre todo teniendo en cuenta cómo el antagonismo allí existente, por lo menos entre las grandes unidades históricas, in nua que él se debe más bien a «poderes y fuerzas» antagónicos dentro del mismo mundo. Esta concepción presupone que los ángeles como tales «principios» de la naturaleza y de la historia no obran por primera vez cuando se trata de una momentánea historia individual de salvación o de perdición en el hombre, sino que su operación en principio precede por naturaleza a su y a nuestra libre decisión, si bien ésta también pone su sello en dicha operación. Esto no excluye la función de los ángeles como «ángeles de la guarda», pues todo ser espiritual (y, por tanto, también los ángeles) posee una configuración sobrenatural y, con ello, (cada uno a su manera) tiene (o tuvo) una historia de salvación (o de perdición) y, también a través de su función precisamente natural, cada ser espiritual reviste importancia para los demás, sin que por eso se deba ir más lejos en la sistematización y elaboración de la doctrina sobre los ángeles de la guarda.

A base de esta concepción fundamental del ángel resulta también comprensible por qué él no puede ser objeto de la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales, a saber, por la razón de que esta experimentación, tanto desde el punto de vista de su objeto como del sujeto, tiene que moverse siempre dentro de los «órdenes mencionados». Si la relación (natural) de los ángeles con el mundo y su actuación en él se basa fundamentalmente en su esencia (y no en sus casuales decisiones personales) eso mismo pone de manifiesto que ellos, como principios de órdenes parciales del mundo, de ninguna manera hacen problemática la seguridad y la exactitud de las ciencias naturales. Por otra parte, esto no excluye toda otra experiencia de los ángeles, según lo dicho antes (cabría mencionar aquí el espiritismo y la posesión diabólica). Explicaciones antropomórficas, sistematizaciones problemáticas, usos en lugar inadecuado, fijaciones de tipo dudoso en la historia de las religiones, acepción meramente simbólica…, todo eso no constituye ninguna objeción perentoria contra la validez de la experiencia fundamental de tales fuerzas y poderes en la naturaleza y en la historia, en la historia de salvación y en la de perdición. Hoy, cuando con precipitada complacencia se tiene por sumamente razonable el pensamiento de que en medio del enorme universo debe haber seres vivientes dotados de inteligencia también fuera de la tierra, el hombre no puede rechazar de antemano como inconcebible la existencia de «ángeles», siempre que se los conciba, no como un adorno con cariz mitológico de un mundo sagrado, sino, primordialmente, como «fuerzas y poderes» del cosmos.

b) Esto supuesto, resulta comprensible desde qué punto de partida y en qué medida una angelología tiene cabida en la doctrina religiosa de la revelación. La revelación no introduce propiamente (por lo que se refiere a los ángeles) en el ámbito existencial del hombre una realidad que de otro modo no existiría, sino que, desde Dios y su acción salvífica en el hombre, interpreta lo que ya existía, cosa que debe decirse también de todas las demás realidades de la experiencia humana, las cuales requieren un esclarecimiento desde la fe y tienen necesidad de redención en su relación al hombre y en la relación del hombre a ellas. Por tanto, en la angelología, la revelación ejerce la misma función que en el restante mundo creado del hombre: confirma su experiencia, la preserva de la idolatría y de la confusión de su carácter misterioso con el mismo Dios, la divide (progresivamente) -allí donde y porque ella es espiritual y personal- en dos reinos radicalmente opuestos, y la ordena en el único acontecimiento en torno al cual gira todo en la existencia del hombre, a saber, la venida de Dios en Cristo hacia su creación. Así, la angelología, como doctrina del mundo que desde fuera rodea a la naturaleza humana en la historia de la salvación, se presenta para la teología del hombre como un momento de una antropología teológica (cf., p. ej., Rahner, i, 36), prescindiendo de cuál es el lugar «técnica» o didácticamente adecuado para tratarla. Ella da a conocer al hombre un aspecto del mundo que le rodea en su decisión creyente, e impide que él infravalore las dimensiones de ésta, mostrándole cómo se halla en una comunidad de salvación o de perdición más amplia que la de la sola humanidad.

En virtud de esta posición de la angelología en la antropología teológica recibe ella su importancia, su medida y un interno principio apriorístico para indicar qué es lo que propiamente se pregunta aquí y desde qué punto de vista cabe «sistematizar» los escasos datos de la Escritura. Ahí tenemos, p. ej., el lugar original desde donde hemos de determinar la esencia de los ángeles, sin perjuicio de que, en cuanto espíritus «incorpóreos», se diferencien notablemente del hombre. Y de ahí se desprende concretamente que ellos pertenecen al mundo por su misma esencia, se hallan junto con el hombre en la unidad natural de la realidad y de la historia, compartiendo con él la única historia sobrenatural de salvación, la cual – también para ellos – tiene su primer esbozo y su último fin en Cristo.

Pero, en cuanto la antropología teológica y la cristología se hallan en una mutua interdependencia esencial, la esencia de la angelología está codeterminada por ese contexto más amplio. Si la posibilidad concreta de la creación (que también habría podido realizarse sin la encarnación) y la creación fáctica están fundadas en la posibilidad o en el hecho de que Dios «libremente» decretara su propia manifestación absoluta mediante la exteriorización de su Palabra, la cual, en cuanto se pronuncia a sí misma, se hace hombre (B. WELTE, Chalkedon iii, 5180; RAHNER, IIl, 35-46), consecuentemente, a la postre también la a. sólo puede ser entendida como un momento interno de la cristología; los ángeles son en su esencia contorno personal del Verbo exteriorizado y enajenado del Padre, el cual es la palabra de Dios manifestada y oída en una persona.

La diferencia entre los ángeles y los hombres debería verse en una modificación (ciertamente «específica») de esa esencia («genérica») común a unos y a otros, esencia que llega a su suprema y gratuita plenitud en la Palabra de Dios. Desde ahí habría que enfocar temas como los siguientes: «la gracia de los ángeles como gracia de Cristo», «Cristo como cabeza de los ángeles», «la unidad original del mundo y de la historia de la salvacíón compartida por los ángeles y los hombres en su supraordinación y subordinación mutuas», «la variación que experimenta el papel de los ángeles en la historia de la salvación». La angelología encuentra en la cristología su última norma y su más amplia fundamentación.

Debates sobre la Angelología:

La doctrina de los ángeles, aun reduciéndose a la medida en que real e ineludiblemente pertenece al mensaje cristiano (donde, evidentemente, ha de buscar su recto contexto), tropieza hoy con dificultades especiales. Primero, porque el hombre de hoy rehúsa injustamente el que se le conduzca más allá de un primitivo saber empírico; y, además, porque él cree que dentro del mismo conocimiento salvífico puede desinteresarse por completo de una eventual existencia de «ángeles», de los cuales se desentiende la piedad racional de nuestro tiempo. Finalmente, desde el punto de vista de la historia de la religión, añádase a esto la observación de que en el Antiguo Testamento la doctrina de los ángeles aparece relativamente tarde, como una especie de «inmigración desde fuera».

Ya de estas sencillas observaciones cabe deducir algunos principios de interpretación para una angelología:

a) Sin perjuicio de la personalidad substancial de muchos ángeles, no podemos ni debemos concebirlos antropomórficamente, sobre la base imaginativa de los puntos espaciales y temporales, y así representárnoslos como una suma de pequeños seres espirituales carentes de materia, los cuales, a semejanza de los «espíritus» en las sesiones espiritistas, actuarían caprichosamente (o en virtud de especiales «encargos» divinos) en el mundo material y humano, sin una relación verdaderamente interna, permanente y esencial al mundo. En cambio, los ángeles pueden ser concebidos como «poderes y fuerzas» que por esencia pertenecen al «mundo» (o totalidad de la creación espiritual y material con su proceso evolutivo), sin perjuicio de que sean «incorpóreos», lo cual, por otra parte, no significa carencia de relación al único cosmos material; pueden ser concebidos como principios creados, finitos, conscientes de sí mismos y, con ello, libres y personales, que entran en la estructura de órdenes parciales del universo.

Como tales, los ángeles no se hallan por principio substraídos al conocimiento natural y empírico (el cual no coincide sin más con la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales) y, por tanto, no constituyen un objeto cuyo descubrimiento esté de suyo inmediata y necesariamente vinculado a la revelación. Dondequiera que en la naturaleza y en la historia surgen órdenes o estructuras o unidades de sentido que, por lo menos para una valoración sin perjuicios de lo que allí se intuye, no se presentan ni como composiciones hechas desde abajo a base de un mecanismo meramente material, ni como planeadas y creadas por la libertad humana, y dado que esas unidades de sentido en la naturaleza y en la historia nos muestran como mínimo huellas de una inteligencia y una dinámica extrahumanas, está plenamente justificado el verlas soportadas y dirigidas por tales «principios». Pues es metódicamente falso el que corramos a interpretar esos complejos, esas unidades de sentido en la – naturaleza (cf. Ap 16, 5, etc.) y en la – historia («ángeles de los pueblos»: Dan 10, 13, 20s) como manifestaciones inmediatas del espíritu divino, sobre todo teniendo en cuenta cómo el antagonismo allí existente, por lo menos entre las grandes unidades históricas, in nua que él se debe más bien a «poderes y fuerzas» antagónicos dentro del mismo mundo. Esta concepción presupone que los ángeles como tales «principios» de la naturaleza y de la historia no obran por primera vez cuando se trata de una momentánea historia individual de salvación o de perdición en el hombre, sino que su operación en principio precede por naturaleza a su y a nuestra libre decisión, si bien ésta también pone su sello en dicha operación. Esto no excluye la función de los ángeles como «ángeles de la guarda», pues todo ser espiritual (y, por tanto, también los ángeles) posee una configuración sobrenatural y, con ello, (cada uno a su manera) tiene (o tuvo) una historia de salvación (o de perdición) y, también a través de su función precisamente natural, cada ser espiritual reviste importancia para los demás, sin que por eso se deba ir más lejos en la sistematización y elaboración de la doctrina sobre los ángeles de la guarda.

A base de esta concepción fundamental del ángel resulta también comprensible por qué él no puede ser objeto de la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales, a saber, por la razón de que esta experimentación, tanto desde el punto de vista de su objeto como del sujeto, tiene que moverse siempre dentro de los «órdenes mencionados». Si la relación (natural) de los ángeles con el mundo y su actuación en él se basa fundamentalmente en su esencia (y no en sus casuales decisiones personales) eso mismo pone de manifiesto que ellos, como principios de órdenes parciales del mundo, de ninguna manera hacen problemática la seguridad y la exactitud de las ciencias naturales. Por otra parte, esto no excluye toda otra experiencia de los ángeles, según lo dicho antes (cabría mencionar aquí el espiritismo y la posesión diabólica). Explicaciones antropomórficas, sistematizaciones problemáticas, usos en lugar inadecuado, fijaciones de tipo dudoso en la historia de las religiones, acepción meramente simbólica…, todo eso no constituye ninguna objeción perentoria contra la validez de la experiencia fundamental de tales fuerzas y poderes en la naturaleza y en la historia, en la historia de salvación y en la de perdición. Hoy, cuando con precipitada complacencia se tiene por sumamente razonable el pensamiento de que en medio del enorme universo debe haber seres vivientes dotados de inteligencia también fuera de la tierra, el hombre no puede rechazar de antemano como inconcebible la existencia de «ángeles», siempre que se los conciba, no como un adorno con cariz mitológico de un mundo sagrado, sino, primordialmente, como «fuerzas y poderes» del cosmos.

b) Esto supuesto, resulta comprensible desde qué punto de partida y en qué medida una angelología tiene cabida en la doctrina religiosa de la revelación. La revelación no introduce propiamente (por lo que se refiere a los ángeles) en el ámbito existencial del hombre una realidad que de otro modo no existiría, sino que, desde Dios y su acción salvífica en el hombre, interpreta lo que ya existía, cosa que debe decirse también de todas las demás realidades de la experiencia humana, las cuales requieren un esclarecimiento desde la fe y tienen necesidad de redención en su relación al hombre y en la relación del hombre a ellas. Por tanto, en la angelología, la revelación ejerce la misma función que en el restante mundo creado del hombre: confirma su experiencia, la preserva de la idolatría y de la confusión de su carácter misterioso con el mismo Dios, la divide (progresivamente) -allí donde y porque ella es espiritual y personal- en dos reinos radicalmente opuestos, y la ordena en el único acontecimiento en torno al cual gira todo en la existencia del hombre, a saber, la venida de Dios en Cristo hacia su creación. Así, la angelología, como doctrina del mundo que desde fuera rodea a la naturaleza humana en la historia de la salvación, se presenta para la teología del hombre como un momento de una antropología teológica (cf., p. ej., Rahner, i, 36), prescindiendo de cuál es el lugar «técnica» o didácticamente adecuado para tratarla. Ella da a conocer al hombre un aspecto del mundo que le rodea en su decisión creyente, e impide que él infravalore las dimensiones de ésta, mostrándole cómo se halla en una comunidad de salvación o de perdición más amplia que la de la sola humanidad.

En virtud de esta posición de la angelología en la antropología teológica recibe ella su importancia, su medida y un interno principio apriorístico para indicar qué es lo que propiamente se pregunta aquí y desde qué punto de vista cabe «sistematizar» los escasos datos de la Escritura. Ahí tenemos, p. ej., el lugar original desde donde hemos de determinar la esencia de los ángeles, sin perjuicio de que, en cuanto espíritus «incorpóreos», se diferencien notablemente del hombre. Y de ahí se desprende concretamente que ellos pertenecen al mundo por su misma esencia, se hallan junto con el hombre en la unidad natural de la realidad y de la historia, compartiendo con él la única historia sobrenatural de salvación, la cual – también para ellos – tiene su primer esbozo y su último fin en Cristo.

Pero, en cuanto la antropología teológica y la cristología se hallan en una mutua interdependencia esencial, la esencia de la angelología está codeterminada por ese contexto más amplio. Si la posibilidad concreta de la creación (que también habría podido realizarse sin la encarnación) y la creación fáctica están fundadas en la posibilidad o en el hecho de que Dios «libremente» decretara su propia manifestación absoluta mediante la exteriorización de su Palabra, la cual, en cuanto se pronuncia a sí misma, se hace hombre (B. WELTE, Chalkedon iii, 5180; RAHNER, IIl, 35-46), consecuentemente, a la postre también la a. sólo puede ser entendida como un momento interno de la cristología; los ángeles son en su esencia contorno personal del Verbo exteriorizado y enajenado del Padre, el cual es la palabra de Dios manifestada y oída en una persona.

La diferencia entre los ángeles y los hombres debería verse en una modificación (ciertamente «específica») de esa esencia («genérica») común a unos y a otros, esencia que llega a su suprema y gratuita plenitud en la Palabra de Dios. Desde ahí habría que enfocar temas como los siguientes: «la gracia de los ángeles como gracia de Cristo», «Cristo como cabeza de los ángeles», «la unidad original del mundo y de la historia de la salvacíón compartida por los ángeles y los hombres en su supraordinación y subordinación mutuas», «la variación que experimenta el papel de los ángeles en la historia de la salvación». La angelología encuentra en la cristología su última norma y su más amplia fundamentación.

 

LIBROS PARA DESCARGAR SOBRE ANGELOLOGÍA:

Introducción
Cómo se manifiestan los Ángeles
Contacto con los Ángeles
Creación de Relaciones Angélicas
El Bloqueo de los Pensamientos Negativos
El Poder del Pensamiento
Etimología
Frecuencia Vibratoria
Función de los Ángeles
Guía Angelical para eliminar el Karma
Invocando a los Arcángeles
La Atracción del Amor
La Conciencia de los Ángeles
Leyes de Intervención Angélica
Los 7 Pecados Capitales
Los Ángeles de la Guarda
Los Ángeles y los Ciclos del Planeta
Magia y Milagros
Meditaciones para hacer Contacto
Meditando con los Ángeles
Naturaleza de los Ángeles
Nuestra Posibilidad de ser Ángeles
Nuestros Guardianes de Luz
Pasos para una Comunicación Efectiva
Prosperidad y Espiritualidad
Sanación Espiritual
Siendo un Ángel

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