Enseñanzas de Sai Baba: “El amor y la fe deben estar juntas como polos magnéticos que se atraen mutuamente”

Por Sathya Sai Baba

¿Cómo llegó esta brizna de hierba a la existencia? ¡No es otra cosa que la Voluntad de Dios! Similarmente, todo ser humano nace únicamente por Voluntad divina. No puede haber creación sin Dios. Cuando miran la tierra durante el verano, se ve reseca. Sin embargo, con el inicio de la estación de lluvias, la tierra se ve verde con diversas plantas. ¿De dónde vinieron? De la lluvia. La lluvia vino de las nubes. Las nubes son causadas por el sol. Y el sol mismo se originó de Dios. Así, la creación entera tiene su origen en Dios. No puede haber aire, sol, lluvia o plantas sin Dios.

Aun sabiendo esta verdad, ustedes tienden a olvidarse de Dios. Por el otro lado, recuerdan todo lo demás. Esto no es correcto. Jamás olviden a Dios. Si olvidan a Dios, es igual que olvidar todo lo demás, pues Dios es la fuente y la causa de todo. Desgraciadamente, hoy en día, están olvidando el fundamento, o la causa radical de todo el universo.

Si no hay cimientos, no puede haber paredes. Si no hay paredes, no puede haber techo. No pueden vivir en una casa que no tiene techo. Por ende, primero y principal, el cimiento es muy importante. Basándose en los cimientos, los pilares son levantados y finalmente se coloca el techo. Basándose en esta analogía, la autoconfianza es el cimiento, la autosatisfacción es la pared, el autosacrificio es el techo y finalmente, la autorrealización es la vida. Así, debe haber un cimiento para todo. Esto es una verdad fundamental. Sin embargo, están olvidando esta verdad fundamental.

Jesús fue hijo de José y María. Cuando María lo llevaba en su útero, José y María tuvieron que viajar a Belén para tomar parte en un censo ordenado por el Emperador romano. Tuvieron que viajar todo el camino en un burro. Fue un viaje arduo. Cuando finalmente llegaron a Belén, era de noche. Estaban cansados y no había lugar para que ellos descansaran. José buscó y buscó un lugar de descanso pero no pudo encontrar ninguno. Finalmente fue a un establo y tocó a la puerta. Él explicó al tabernero que María estaba a punto de dar a luz a un niño. El tabernero les dio con renuencia un lugar en un rincón para pasar la noche. Esa misma noche, María dio a luz a un bebé varón. Se arregló un lecho provisional para el recién nacido, con ropas viejas y hojas secas.

El bebé fue llamado Jesús. Él crecía feliz bajo el amoroso cuidado de la Madre María. Cuando ya era muchacho, José y María tuvieron que viajar a Jerusalén para participar de una festividad. Jesús se mezcló con las gentes y no pudo ser rastreado a pesar de una intensiva búsqueda. Los padres estaban muy preocupados. Finalmente, Jesús regresó con sus padres.

Cuando se le preguntó dónde había ido, él respondió que había ido a escuchar el discurso de un sacerdote en un templo cercano. El sacerdote le había enseñado: “Tú solo eres la verdad; recuerda esto”.

Después de eso, meditando constantemente en esta enseñanza, Jesús anduvo errando solo por mucho tiempo y luego llegó cerca de un río, donde estaba sentados algunos barqueros. El primero que Jesús vio fue Pedro.

Jesús le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?” Él respondió: “Mi nombre es Pedro. Él es mi padre” (apuntando a un hombre mayor sentado cerca). El viejo estaba haciendo redes para pescar. Jesús hizo amistad con Pedro. Pedro se quejó con Jesús: “Fuimos en busca de peces durante todo el día de ayer pero no pudimos encontrar ni uno”.

Jesús respondió: “Vayan a tal y tal lugar. Encontrarán peces en abundancia”. Jesús también acompañó a los pescadores en este ejercicio. Tal como había predicho Jesús, pudieron atrapar muchos peces. Los pescadores se maravillaron: “¡Cuán grande es Jesús! El lo sabe todo”.

A partir de entonces, trataron a Jesús como su preceptor. Aunque era joven de edad y forma, era suficientemente viejo en sabiduría. Por lo tanto, todos ellos seguían meticulosamente sus palabras. La comunidad entera de pescadores allí trataban a Jesús como su Maestro, con gran reverencia. Aun los grandes Maestros parecen ser personas ordinarias en primera instancia. A medida que se van revelando gradualmente, la gente se da cuenta de su verdadera naturaleza y se agolpa alrededor de ellos en grandes números. Este fue el caso con Jesús.

Los pescadores se volvieron ricos gracias a la abundancia de peces con la ayuda y guía de Jesús. Al volverse ricos, los demás sintieron celos de ellos. Competían entre si buscando la ayuda y guía de Jesús. Algunas personas, sin embargo, se volvieron celosas de la popularidad de Jesús y lo consideraban su enemigo. Informaron al jefe de sacerdotes que Jesús no tenía poderes milagrosos y que él estaba engañando a la gente. Jesús fue convocado e interrogado: “¿Cómo fue que adquiriste estos poderes?” Jesús respondió: “Todo es la Voluntad Divina”.

Jesús se movía con sus discípulos predicando su doctrina de amor y principios morales. A Jesús se le preguntó: “¿Quién eres tú?” Él respondió: “Yo soy Jesús”.

Molestos con la actitud y las enseñanzas de Jesús, dictaron una sentencia de muerte en su contra. Él sería crucificado. Sin embargo, el gobernador, una persona de buen corazón, no quería que Jesús recibiera la sentencia de muerte. Se lamentó diciendo que Jesús era un hombre grande y noble, y lo estaban crucificando sin que hubiera cometido falta alguna. El le dijo a Jesús: “Tú eres un hombre grande. Esta gente de duro corazón está tratando de matarte sin razón”. Jesús respondió: “Estoy feliz de que por lo menos tú te hayas dado cuenta de que soy una buena persona”.

Finalmente, en el momento de su crucifixión, su madre María se acercó y empezó a derramar lágrimas. Jesús la consoló diciendo: “¿Por qué lloras, madre? El cuerpo es como una burbuja de agua. Déjales hacer lo que deseen con este cuerpo. Tú piensas que están tratando de matarme. Yo no tengo muerte. Nadie puede matarme”.

María respondió: “¿Acaso no eres el hijo de este cuerpo?”

Jesús respondió: “¡Desde luego! Estoy relacionado contigo al nivel físico, como tu hijo. Sin embargo, ‘Yo soy Yo’ solamente. Ustedes son todos como hijos para mí. Todos son Encarnaciones de la Divinidad”. Así es como Jesús alcanzó el más alto nivel de espiritualidad, habiendo pasado por todas las pruebas. Jesús no era meramente una forma humana. Él era, en verdad, la Encarnación del Divino Ser. No obstante, algunas personas no pudieron darse cuenta de Su Divinidad, como sucede en el presente. Aun ahora algunas personas tienen fe en la Divinidad mientras que otras no. Algunos exaltan a la Divinidad, mientras que otros la critican. Todo depende de su fe. Si consideran que una piedra es Dios, automáticamente se vuelve Dios.

Jesús sufrió muchas pruebas y tribulaciones durante su vida. Él se volvió el Salvador y Mesías de los pobres y abandonados. Él les ayudó de muchas maneras. Una vez, cuando él estaba cruzando el desierto, una mujer pobre se le acercó, mendigando comida. Él le dio pan diciendo: “Toma esto”. Cuando alguien preguntó de donde venía el pan, Él respondió que era la Voluntad Divina.

No hay nada más grande que la Voluntad divina. Todo es la Voluntad de Dios. El principal deber de un ser humano es tomar conciencia de la Voluntad de Dios y someterse a esa Voluntad divina. Aquellos que desarrollaron fe en la Voluntad de Dios fueron protegidos, mientras que otros no. Por ende, la fe es la base para todo.

La gente de hoy está ciega, habiendo perdido sus dos ojos de la fe. La fe es la base de toda la creación. Donde hay fe y amor, todo lo demás le será dado por añadidura a tal persona. Por ende, primero y principal, deben desarrollar fe. Algunas personas tienen fe, pero carecen de amor. La fe carente de amor no sirve de nada. El amor y la fe deben estar juntas como polos magnéticos que se atraen mutuamente.

Fuente: Discurso del 26 de diciembre de 2007

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